Por @Raika83

No tema, querido lector, que esta reseña no usa el término “psicodelia pura”.

8106, un blog trendy de referencia en la Ciudad de México que comenzó como una página de fans de la música, cumplió seis años. En hora buena. Para festejar su aniversario decidieron traer a una runfla de pachecos que van en ascenso: los autralianos Tame Impala.

Quizás fue el hecho de que las localidades estuvieron abiertas al público, o la euforia post Corona Capital, que el aniversario sólo fue un pretexto, la gente tenía ya varias semanas de haber agotado las localidades generales para el concierto de una de las nuevas bandas favoritas de la muchachada.

Dicen con frecuencia que la tercera es la vencida, y al menos en México esa impronta se cumple rara vez: o debutas en vivo con un éxito rotundo, o tu show nomás no cuaja nunca. Los hijos protegidos de The Flaming Lips visitaron suelo chilango por tercera ocasión (la primera fue en un desangelado campo marte un 13 de abril y la otra, este mismo año en el Vive Latino, previo al show de cierre con Blur).

En sus dos anteriores visitas, Tame Impala ya había reafirmado el buen sabor de boca que dejan en vivo, mismo que les ha granjeado una gran reputación y un buen séquito de fans cada vez mayor, que han alabado a la menor provocación a su segundo LP, el viajadísimo, colorido y más melancólico y melódico aún, Lonerism del año pasado.

Con una atípica puntualidad para los conciertos, los autores del Innerspeaker (2010) se subieron al escenario, en punto de las 23:00 horas de un helado jueves, ante una audiencia algo variopinta y un tanto ajena: una vez más los villamelones que van a ponerse a tope de ebrios, gritar como si de un antro de Acapulco se tratara, y a buscar pleito con el resto de los asistentes que sí va a ver sólo a Tame Impala.

El set del flaco Kevin Parker y compañía ya viene muy amarrado y contundente, por lo que la noche corrió casi sin fisuras en cuanto a la ejecución de la banda se refiere. Con dos discos y un épico primer EP homónimo (2008), el set recorrió a lo largo de una exacta hora y media, casi todo su material.

Todo es rock guitarrero y colgado de la brocha, luces y mundos oníricos, alephs y vibra hippie. Desde la abridora “Endors Toi” y su respectivo jam de alcances progres, pasando intercaladamente por hoy macanazos como “Solitude”, “Make up your mind?”o la deliciosa “It’s not meant to be”.

Sin embargo, y amén con la verdad, Tame Impala sigue padeciendo a ratos de una buena ecualización (al menos en sus tres presentaciones pasadas así lo ha constatado), sobre todo en la parte del volumen, donde requiere tal vez mayor potencia o equilibrio para de verdad embrujar, ya que Parker sabe dirigir a sus músicos sin exigirles demasiados, son entregados.

Tame Impala son unos greñudos que rescatan de forma fresca el San Francisco más ácido y colorido, son Melody Echo Chamber con sudor de hombre, son los Flaming Lips con menos sonrisa en los dientes, son todo el afán imposible de la escena Chill Wave, en plan contundente. Sin embargo, a su set en vivo, aunque muy sensorial y disfrutable, le sigue faltando algo. Los australianos se han sabido soltar cada vez más, prueba de ello fue cuando llegó “Half full glass of wine”, la cual traía jiribilla pacheca, descontextualización viajada y pasajes fantásticos de larga duración. El problema parece ser no de ejecución, ya que Parker cabalga bien los giros de tuerca inesperados, las refrescadas a los temas fuertes (el puente que hizo con “Mind mschief” fue de lo mejor de la noche), o el cada vez mayor contacto con el público. Sin embargo aún se siente cierto halo de timidez que no termina por estallar en su sonido.

La tercera fue la vencida para Tame Impala en México, esperemos que a su regreso haya un tercer álbum todavía más contundente, la banda australiana lo tiene todo para ser uno de los grandes, se siente en esa nube con olor a mota del Salón Vive Cuervo, se percibe en la entrega de la gente, en una noche que no se dejó opacar por aniversarios de ocasión ni marcas de bebidas. La fría noche del jueves 24 de octubre fue dominada por el rockanrol de tintes lisérgicos, el dream pop colorido y sumamente melódico y la sensualidad, que sólo los jams extendidos en tonos sesenteros y setenteros pueden dar.

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