Por María Fernanda Sánchez-Armás / Fotos por: Feresh Adi Saatlo

La popularidad de los artistas suele estar determinada por un montón de factores, mismos que pueden ir acompañados de canales de promoción adecuados, el carisma de sus protagonistas u otros elementos que suelen parecer alejados de su calidad musical. Muchas veces es saber las canciones precisas en el momento adecuado.

Devendra Banhart es uno de esos músicos que supieron capitalizar el trabajo arduo y el desarrollo de una voz propia en el underground, para posteriormente dar el salto definitivo a las grandes ligas. Sus discos demuestran claramente tres etapas por las que el venezolano-norteamericano ha pasado: hippies y oscuros durante su periodo inicial (2001-2005), seguido de un lapso latino-folkie que lo catapulta (2007-2010) y sus últimos discos que comprenden los últimos tres años, en donde el autor de “Luna”, “Carmencita” y “Santa María da Feira” se ha mostrado sosegado, con menos hits radiables y una calidad letrística que si bien no baja la calidad, sí se tira en una dirección menos contundente en términos masivos.

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La pasada noche del viernes 2 de diciembre en el Plaza Condesa, Devendra Banhart dio uno de los shows más ambiguos y tibios en México, pese a tener un setlist equilibrado que abreva con coherencia sus dieciséis años de trayectoria. El público de Devendra ha mutado a uno más amplio (chicas, en su mayoría), que se encuentra deseoso de escuchar en vivo esas rolas que lo dispararon a la fama desde el “Cripple Crow” (2005). Atrás quedaron los fans de su etapa barbuda y freak de “Niño Rojo” (2004) o “Rejoicing in the Hands” (2004).

Y no es que el cantante y su banda hayan disminuido en cuanto a tablas y carisma arriba del escenario, sencillamente pueda ser que Banhart y su conjunto sean cómplices de su momento, uno en el que su más reciente disco, “Ape in Pink Marble“, marque una suerte de impronta de los intereses y sentimientos que ahora llaman al cantante: composiciones tranquilas, algunas francamente olvidables, tiradas más hacia Nick Drake o Vincent Gallo, que al pop sensual y pegajoso de años anteriores.

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Una noche rara, en la que ni la lindura ni los hits interpretados pudieron conectar para hacer una noche memorable. Se nota que Devendra canta los clásicos de su etapa “Cripple Crow” más por un clamor popular que por una energía genuina. El venezolano es suelto, reservado y carismático en todo momento, pero la sutileza y belleza se acercaron peligrosamente a la parsimonia y la tibieza.

Ni modo, no todas las noches el baile, los gritos y las rolas efectistas surten el efecto deseado para que se genere la mística en los conciertos. Tal vez Devendra regrese con nuevos bríos en un futuro, o sus discos sean la pauta de que el cantante arriesgue por la confecciones de melodías aún más herméticas y menos ambiciosas en términos de éxito, que en el pasado. Habrá que ver. El concierto del viernes pasado sin duda no fue de los mejores, no malo, sólo pasó sin pena ni gloria, como al parecer es la suerte e interés por el que atraviesa su más reciente trabajo.

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