Carnal, qué pesado es escribir de ti, de que ya no estás y que el mundo sin ti será muy otro. Siempre quisimos pensar que tú estabas en otro plano, que lo de los flashazos y los grandes labels nunca fueron lo tuyo. Pese a todo, pese a esa última vuelta floja de los años restantes. Fueron varios amigos tuyos los que se fueron, pero tú parecías más fuerte, centrado quizás.

No importa, no es tiempo para recriminar, o juzgar. Preferimos mejor así, a tu modo, sin el morbo que va a acariciar el medio los días venideros: que por qué lo hiciste, que si Cobain, que si Wood, Stanley o Buckley, los que me digas. Mal gusto, mamadas del grunge y chistes tras bambalinas. Pero si alguien conocía ese sendero fuiste tú.

Lo que queda es un hueco enorme. Agudeza, pesadez, una mirada sosegada que lo atisbaba a gritos: un amigo para el fin del mundo. A veces se ningunea el Euphoria Morning, pero ahí estaba todo, incluso las ganas de iluminar las cosas desde otro aspecto, años difíciles sin duda.

Tú, torso caliente sudoroso, latas de cerveza y comida barata. Greñudos en el camino. Soundgarden y la juventud más agringada queriendo explicarse su desazón. Una generación de tristes y frustrados, con la rabia atorada en el pecho, como nos sentimos ahora.

Y la gente piensa en que el tema es baladí, que la empatía es impostada y la identificación un sinsentido, sino de la inmadurez. Pero la cosa es sencilla, aunque cueste hilarlo con coherencia en este momento: recordamos con cariño cuando nuestros amigos mayores con mezclilla rota y Converses agujereados trajeron el Ultramega OK, cuando vimos todos “Singles” y cuando te escuchamos en tu rol más heavy durante nuestras primeras búsquedas en Internet. Qué bestia, qué bruto. Era metal regurgitado, indescifrable, súper agudo, cero glam, con sustancia, con dolor. Música bárbara.

Luego “Spoonman”, las grandes ligas y la carcajada frente a lo desconocido. Siempre atento, sensible, bajando del pedestal el mito y la leyenda. No Pearl Jam, no Nirvana, tampoco los chicos tramposos malandros machacones de Mudhoney. Soundgarden, cabrón, Soundgarden. La agudeza inclasificable, el puto ruido. Las liras y las voces como cuchillos infantiles. Rabioso.

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En el jardín del sonido habita una flor, un zumbido. Es tu ausencia sobre el jarrón, una canción. Para los demás, sólo queda el ruido. Hasta pronto Chris, eres grande, ahí estás, en los discos. Ahí estamos, en el limbo. Gracias por todo, fue más suave la adolescencia a tu lado.