La atracción por el metro es interesante ya que ha sido utilizado varias veces en escenarios de películas, comics, novelas y cuentos, pero también como espacio significativo en el argumento de esas obras, como una máquina fuera de control, el lugar de persecuciones donde los perseguidos pueden huir entre una multitud indiferente, otras veces supera el rol de mero escenario para formar parte de las argumentaciones mismas del relato, como la metáfora de un espacio-tiempo, como ejemplo está la segunda parte de Matrix, donde Neo no puede ser ubicado por el sistema porque se encuentra fuera de las coordenadas. Salvador Dalí decía también en una entrevista, que la primera vez que utilizó el tren subterráneo de París sintió un miedo terrible, la experiencia la definió como el ser engullido y estar viajando por los intestinos de un gran monstruo para después simplemente ser arrojado al exterior.

¿Cuáles son las representaciones, experiencias, percepciones que se generan en la relación que los sujetos tienen con los artefactos que hacen a sus grandes urbes? ¿Conviven? ¿Se enfrentan? ¿La cotidianidad nos hace ajenos a la curiosidad y nos invade la sed por la novedad de nuevos y más modernos artefactos, mientras los viejos y clásicos objetos que hemos creados se valorizan como “antigüedad”? o ¿Aún podemos volver sobre los mismos espacios y objetos para vivirlos de otro modo?

Julio Cortázar es uno de los pocos autores que ha tematizado el subterráneo en distintas obras, aquel espacio suburbano cuya condición subalterna no es el estar en la periferia sino abajo. En muchos de sus textos parece ofrecernos la posibilidad de desplazarnos, de fugarnos por momentos de la ciudad concebida como una gran máquina producto de la razón instrumental. El lector puede experimentar los artefactos urbanos como un juego de pasaje a otros mundos, su apreciación sobre el subte se acerca más a un juego, al hombre que juega con el objeto, se pierde en él, se atemoriza, y regresa.

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Cortázar comienza a definir el espacio del subte comparándolo con la noche, por ende con la oscuridad, en contraposición con otro tiempo, el del día (sol) que implica un estado de vigilia, contrario al sueño nocturno que luego será visto como pesadilla y sin razón. El espacio de lo bajo y la superficie están definidos por la oscuridad y la claridad, no sólo en términos visuales sino valorativos. Por ello el autor transforma en el espacio subterráneo la dimensión del tiempo, no sólo cuando utiliza la metáfora de la noche para hablar del subte, sino cuando lo que cambia es la temporalidad.

Este otro tiempo, que contiene su propia lógica, es el que descubre el personaje de su cuento El Perseguidor. Allí, un saxofonista de jazz pierde su instrumento que había dejado debajo del asiento, se dio cuenta de que lo había perdido cuando subía las escaleras, es decir, en el momento del pasaje a la superficie, porque viajar en el metro, como hacer música, lo metía en otro tiempo o en el mismo Tiempo.

“Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados”, dice Johnny Carter (Charile Parker), señalando que el tiempo es total. “(…) yo meto la música en el tiempo cuando estoy tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando viajo en el metro”.

“El metro es un gran invento mi amigo, Bruno. Viajando en el metro te das cuenta de todo lo que podría caber en la valija (en el tiempo). A lo mejor no perdí el saxo en el metro, a lo mejor (…) Un día empecé a sentir algo en el metro, después me olvidé (…). Y entonces se repitió, dos o tres días después”.

Lo que le sucede al personaje es que experimenta un doble tiempo, mientras recuerda varias escenas de su vida y cree que ha estado pensando en ello un cuarto de hora, tan sólo ha pasado un minuto y medio.

“Entonces me vas a decir cómo puede pasar que de repente siento que el metro se para y yo me salgo de mi vieja y Lan y todo aquello y creo que estamos en Saint Germani-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odeón”. “¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio?”

“Viajar en el metro es como estar metido en un reloj: las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando…”

“¿Cuánto hará que estoy contando este pedacito?”

Cortázar abre todo un mundo debajo de la ciudad, un mundo con su propio tiempo, un mundo que adquiere fuerza cuando el metro transita por los túneles, porque aún la aparición de las estaciones sigue marcando coordenadas que ubican al sujeto. En cambio, es en ese trayecto por el túnel oscuro donde el personaje experimenta lo que llama “elasticidad retardada del tiempo”.

El autor cuenta su propia experiencia de niño y la compara con la actual:

“Hoy sé que el trayecto en subte no duraba más de veinte minutos, pero entonces lo vivía como un interminable viaje en el que todo era maravilloso desde el instante de bajar las escaleras y entrar en la penumbra de la estación”

Junto a la diferencia de temporalidades experimentadas, el autor nos indica el momento del pasaje arriba-abajo: aquel instante donde baja las escaleras, y también nos sitúa en otro espacio (adentro-afuera) indicado por la luz: entrar en la penumbra. Allí se inicia la experiencia que describe como “maravillosa”.

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En otro cuento de Cortazar, Texto en una libreta (Queremos Tanto a Glenda), pone entre paréntesis dicho orden basado en el racionalismo cuando introduce la falla en el cálculo del sistema de control de pasajeros que usan diariamente la Línea A, de los Subterráneos de Buenos Aires.

“El buen sentido sentenció cuatro errores de cálculo, y los responsables de la operación recorrieron los puestos de control buscando posibles negligencias”, en uno de los días se produjo “lo inesperado”: contra 113, 987 personas ingresadas, la cifra de los que habían vuelto a la superficie fue de 113,983”. Luego de fuertes controles sobre los trabajadores del subte, el error los llevaba a la explicación de que lo que faltaban eran pasajeros. En otro día de control “107, 328 habitantes de Buenos Aires reaparecieron obedientes luego de su inmersión episódica en el subsuelo”. Cuando los controles parecían llegar a la perfección, el día viernes excedía un pasajero. Finalizado el control, la empresa no divulgó el resultado y atribuyó las diferencias a errores de cálculo del personal o las máquinas, “Los resultados anómalos no se dieron a conocer al público”.

El ingeniero que informa al protagonista de este hecho, razona que el descenso del número de pasajeros que regresan a la superficie es inferior al que descendió por el fantástico hecho del desgaste que sufre la masa:

“Nadie ha contado jamás a la gente que sale del estadio de River Plate un domingo de clásico, nadie ha cotejado esa cifra con la de la taquilla. Una manada de 5, 000 búfalos corriendo por un desfiladero, ¿contiene las mismas unidades al entrar que al salir? El roce de las personas en la calle Florida corroe sutilmente las mangas de los abrigos, el dorso de los guantes. El roce de 113,987 viajeros en trenes atestados que los sacuden y los frotan entre ellos a cada curva y a cada frenada, puede tener como resultado (por anulación de lo individual y acción del desgaste sobre el ente multitud) la anulación de cuatro unidades al cabo de veinte horas”.

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Los relatos de Cortázar están escritos en primera persona y en principio sus descripciones podrían ser tomadas como una experiencia individual. Lo cierto es que, en primer lugar, lo que describe son dos mundos distintos en una misma ciudad a los cuales se accede transitando los pasajes que conectan la superficie con lo bajo, eso sí, de una manera no convencional. En segundo lugar, quizá lo más importante, es que el propio relato en primera persona devela un sujeto que transita entre esos dos mundos, un sujeto ambivalente que necesita racionalizar sus experiencias para narrarlas al lector.

El sujeto de la enunciación es el pasaje mismo, el puente que comunica entre mundos y la posibilidad de darle un lenguaje a una experiencia cultural colectiva y urbana. El narrador lleva la marca de que ha pasado por otro mundo, y toda la seguridad del mundo urbano (de la superficie) comienza a fallar… El protagonista de Texto en una libreta, teme, vomita, se paraliza, ya no cumple con la impronta de la circulación:

“He pasado una hora en el café sin decidirme a pisar de nuevo el primer peldaño de la escalera, quedarme ahí entre la gente que sube y baja, ignorando a los que me miran de reojo sin comprender que no me decida a moverme en una zona donde todos se mueven”

Una vez descubierto ese mundo subterráneo, el protagonista dice:

“Entonces empecé a tener miedo de bajar”

“Un lento calambre en el estómago cada vez que llegaba a una boca del subte”

“La tranquilidad de estar en la superficie y en un lugar neutro me llena de una calma que no tenía cuando bajé hasta el quiosco”

Bruno ve a su amigo, Johnny Parker, como perdido ante el relato de su experiencia del tiempo, y su amigo le insiste:

“La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar. Tendrías que tomar el metro y esperar a que te ocurra”. Bruno piensa “Sonrío lo mejor que puedo, comprendiendo que vagamente que tiene razón, pero lo que él sospecha y lo que yo presiento de su sospecha se va a borrar como siempre apenas esté en la calle y me meta en mi vida de todos los días”.

Habrán notado que muchas veces aparece marcado el pasaje (entrar, salir, bajar, subir, meterse), el sujeto configura el espacio en el que vive, da cuenta de él, pero también está valorizado, es un espacio producido ideológicamente y que da cuenta de un orden de cosas. Si, por un lado, el mundo de la superficie es ordenado, también ordinario, mientras que abajo suceden experiencias extraordinarias pero que también producen un temor que pone en jaque mucho de lo aprendido.