Fotos: Miguel Ángel Luján

La cantaleta de que ahora tenemos muchos festivales de música en la Ciudad de México comienza a ser más recurrente que en otros tiempos. Los factores por los que sucede esto también son diversos y cada uno tiene sus argumentos y sus favoritos. Dentro de esos que se mueven en formatos muy cortos apostando por la calidad nace a nivel grande ArsFutura, iniciativa de corte jazz-rock-experimental que con el slogan de “Música sin fronteras” trascendió los linderos del gran lugar para comer y escuchar nueva música en la colonia Portales (El Convite) y se lanzó a un evento de altos vuelos este pasado sábado 11 de abril en el teatro Ángela Peralta, en Polanco.

Tres sets, cerca de 90 minutos cada uno, y un cielo que amenazaba con caerse pero que con fortuna nunca cumplió su promesa. Frío disfrutable, ambiente sosegado y mucha buena música. Así tendría que ser siempre, aunque hay unos a los que les sigue gustando las hordas de gente por hora y las cuestiones kilométricas brandeadas.

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El primero en abrir apetito fue el chelista estadounidense Jeffrey Zeigler, quien equilibró un bizarro mundo de música contemporánea con códigos jazzísticos y levemente experimentales, para adentrarnos en un set profundo, recurrente por las líneas loopeadas que graba de sí mismo y por lo variado en cuanto a su rango referencial: John Zorn, el baterista de Wilco y composiciones de corte arabesco dieron en el clavo para prender la mecha de un foro que se perfilaba idóneo para los treintañeros en ciernes y el público entendido de la música, un nicho al que pocas veces vemos convocado en esa cantidad.

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Siguió el turno del guitarrista Todd Clouser (A Love Electric) y el amo del órgano, el piano y todo aquello que tenga teclas, John Medeski, quien ya vino a nuestra ciudad hace poco para presentar disco con A Love Electric, aunque en esta segunda visita lo vimos en un set en el que le dio más la bola a Clouser, dejando que él pintara muchas líneas principales, fuera de un rango al otro, mientras que Medeski, tipo virtuoso y educado, desplegaba partes increíbles aunque un tanto menos acid jazz, rugidoras y vertiginosamente deliciosas, a lo funk rabioso, como nos ha tenido acostumbrados desde aquella primera visita al DF en 2003. Un prodigio. Una cantante, un trompetista y un saxofón fueron apareciendo en diversos momentos de la tarde que de a poco se convertía en noche, sin mayor distractor o foco de atención que lo que realmente importaba: la música.

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El platillo final estaba por llegar, la promesa de calidad y la marejada de elogios para Murcof no defraudaron en absoluto. Fernando Corona es capaz de pintar paisajes oníricos de altos vuelos sin necesidad de sonar a algo demasiado nuevo, es atemporal, como la conmovedora trompeta de Erik Truffaz, y por su parte el tijuanense Edgar Amor y el baterista Hernan Hecht revistieron aún más ese ambiente de ensueño para dar paso para un set completamente único, de embrujo que viajaba por latitudes oscuras del ser para regresar a un sosiego subacuático, postapocalíptico y extraterrenal, que iba ad hoc con las imágenes proyectadas a sus espaldas.

Si tuviéramos que definir esa tarde-noche en una palabra ese sería sutileza, con temor a faltar a la verdad, que es más nutrida, más completa, esa sutileza que es un placebo porque nos deja con ganas de más, atónitos porque lo que vimos fue espectral y excepcional. Porque dimos la espalda sin decir hasta luego y nos quedamos con ganas de decir algo más, pero la emoción nos quebró. La impresión de lo vivido es choque y experiencia. Así es el futuro, tarda uno años en asimilarlo.