Fotos: Miguel Ángel Luján

En el documental de Martin Scorsese sobre la obra de Bob Dylan (No Direction Home), el autor de Blood on the Tracks y New Morning habla de su sentir en torno a la fama, argumentando que en determinados contextos, ciertas respuestas del público significaban cosas distintas, poniendo de ejemplo la “fama” que tiene una pieza con una historia tan fuerte detrás de sí, como lo “Strange Fruit” de Billie Holiday. “La primera vez que la escucharon, nadie aplaudió”, argumenta Dylan.

Con la música abstracta y el arte sonoro sucede con frecuencia lo mismo. El elemento del espectáculo musical y de escena suele desdibujarse, para dar pauta a una apreciación y recibimiento distintos, alejada del aplauso, la experiencia “regocijante y placenteramente musical”, y comenzar un diálogo bien particular, que sólo una música como la experimental en su vertiente más minimalista, puede detonar.

Todos estaban callados. 500 personas a lo más; periodistas, músicos y ganadores de pases incluidos.  Aural decidió encabezar su edición 2014 con un concierto que de alguna forma se sabía no sería tan nutrido en asistencia, en el gran lugar que es el Teatro “Esperanza Iris”, que aunque adecuado para inaugurar el festival de exploración sonora, no dejó de representar en ningún momento, un arriesgue notable en cuanto a lo “popular” del artista con el que se encabezaba el festival. Esta vez no hubo un Sakamoto, o un festivo Sun Ra. En esta ocasión, Aural presentó a una figura importante, de culto, sí, pero de perfil más discreto todavía a como es habitual.

El músico y compositor neoyorquino  Charlemagne Palestine, apareció de pronto en escena tras la pertinente presentación previa de Juan García y Chris Cogburn, . No hubo aplausos, Palestine prepara su ritual escénico: una laptop, una copa de vino con mezcal en su interior, trapos coloridos, un piano, sus recurrentes muñecos de peluche  fuera de dos coloridas maletas de viaje.

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Algunos pensaron que el boleto que acababan de adquirir fue muy caro, otros de verdad lo estaban padeciendo. Hasta el frente, del lado derecho, la atención y el disfrute no permitía el parpadeo descuidado. Charlemagne suelta una pieza sonora que va contando cosas humanas, es un paisaje narrativo pero no lineal.

Hay algo muy humano y simpático en todo esto, que no contrasta del todo con la solemnidad del ritual, que impregna de tensión ciertos momentos en los que el también performer contemporáneo de Steve Reich y Philip Glass, se adentra en una evolución de notas cortas, a veces complementarias, sutilmente progresivas, para luego acentuarles un color o remarcarles una intención, que en distintos puntos conectan con un sentir muy profundo del espíritu humano.

Antecedentes del drone, alternación galopante de notas y una entrega que no resta de pasión el concepto, la idea y la asimilación abstracta de tiempo y espacio; Charlemagne Palestine nos tiene hipnotizados, a algunos sofocados y un par más ya abandonaron el recinto, enfurecidos pero sorprendidos. Y la mente de muchos otros, también hace tiempo que ya no está “verbalizando” nada en su interior. En absoluto, sus pensamientos se encuentran difuminados en el aire; es temperatura elevada de una noche casi vacía, es una paleta de colores que va cambiando de tonalidad lenta y permanentemente, es tiempo sucediendo, es el espacio de las butacas vacías. Un espíritu sobre una alfombra roja, acompañado de sus poderosos muñecos de peluche y su extravagante sombrero que toca como si del soundtrack del infinito se tratara. Palestine toca en tiempo real y puede ser una línea que no se corta, que todos en algún momento escucharán o están escuchando en su cabeza, sus pensamientos están sumidos en un “sí, no, sí, no”, espacios que se llenan y teclados que se aporrean.

La insistencia por lo valioso que es el Aural para la vida cultural capitalina ya es un disco rayado. Pero que siempre estará ahí como ruido inevitable, como dijo apenas su director, Rogelio Sosa: para un público si bien no más extenso, sí más fiel. Pocas cosas generar un estado de identificación tan gratificante para los curiosos de los sonidos y la música, como lo es Aural. Ojalá sea una alternancia de cosas extraordinarias puesta “on repeat” hasta el infinito, como lo hizo este miércoles 13, el “multitudinario” concierto del “famosísimo” Charlemagne Palestine. Enorme apertura.