Por Ricardo Pineda | Fotos: Fabián Zugaide

Toda ciudad es un poco una trampa, en su estructura y su lógica de ser ciudad, su promesa de modernidad y constante sentido de lo inacabado. Toda ciudad es un poco fea y pervertida también, al tiempo que devela su fragilidad e inocencia, con todo y sus deseos urgentes por ser cosmopolita. Se puede llamar DF o se puede llamar Tijuana, aunque las ciudades son ciudades.

Viajamos desde el jueves 18 de junio para vivir todo el flujo de actividades que el festival All My Friends (AMF) nos tenía preparado, de cara a uno de los fines musicales más intensos del años, titánica labor en su confección y experiencia que se presumía humanamente, no imposible aunque sí dos rayitas arriba de retadora. Justo eso es lo que nos hizo ir hasta allá, pese a que se trata de diálogo, disfrute y deleite en varias vertientes (comida, música, cultura), si no representa un desafío a nuestros límites o alcances físicos y mentales, en suma sólo es un show pasivo al cual ir como espectador. El AMF tuvo a bien echar mancuerna con la gente de NRMAL para dar un regalo a Tijuana, que va más allá de un festival con bandas atípicas y playa a modo de escenografía paradisíaca.

La noche del jueves 18 caímos a la Pechakucha Night para ver algunas conferencias, en torno a la industria creativa. Eso: jóvenes cada vez más jóvenes, cada vez más ansiosos por sacarle provecho a sus ideas y no depender de un jefe, ni un horario con salario de mierda. Se perciba la camaradería, el halo de inocencia óptima, pero también de una experiencia que ya se va gestando. Y ese halo no es distinto al que ocurre en Monterrey o DF, si habría que quitar el escozor de lado para hablar de escenas y movimientos, habría que decir que Tijuana, Monterrey y DF están formando lazos importantes. Así lo presenciamos en la noche de la revista Filter, en mancuerna con Ensamble, con electrónica de calibre trippy que lo mismo conjuga talento local como de la capital. La ausencia de Billie Mandoki no afectó las texturas y las frecuencias de una de las terceras partes de System Error, alucín a gusto para conocerse y despegar; Siberians es un dueto que trae vuelos interesantes aunque se siente ese tambaleo primerizo; Schem y A—-RP lo hacen cada vez mejor. No llegamos a las inmensidades de Sin Amigos, aunque nos hubiera fascinado: la jornada y el vuelo fueron mortales y había que guardar para los días venideros.

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El viernes 19 fue día de conocer Tijuana, empaparse de Rosarito, atesorar el acento, el argot, tratar de absorber al máximo los detalles en un solo fin de semana: la banda tiene la gastronomía muy asimilada, de verdad es parte de su cultura y se habla de chefs como si de bandas locales estuvieran hablando. Hay un orgullo perene por ir más allá del table dance extremo, el neón y el crimen, muchos taxistas se empeñan en convencer al turista de que la cultura de Tijuana está reconocida en el extranjero. De nuevo: trampas de la modernidad. Tijuana es maravillosa, con todo y centros nocturnos y retenes militares.

La noche Teklife había llegado. Una curaduría en el bar del hotel sede del AMF, el Sunio Beach, nos esperaba con lujo sonoro y congruencia, ya que la cabeza de uno de nuestros netlabels electrónicos favoritos, Static Discos, abría la velada con un set lleno de nostalgia y vinilos: grande que es Ejival. Benfica subió el nivel y siguió disparando cosas para la mente, el cuerpo y el corazón, una electrónica con cuerpo y personalidad. A lo lejos, la noche y el mar calmo hacían eco de las pláticas, las risas discretas y el baile que se presumía aún tímido. DJ Nombre Apellido, una tercera parte de Los Macuanos vino a desacralizar la atmósfera, para ponerle mugre tribal al asunto, hip hop guapacheado, techno alteradillo y frecuencias que invitaban a necear sexualmente con el cuerpo. La cochinada estaba lista, al igual que la pandilla aglutinada al frente del escenario del puertito del Sunio, que albergó a uno de los primeros grandes platos del programa AMF: Teklife Crew con el DJ Spinn, Earl y TASO al frente. Sí: no se andan con rodeos, se trata de moverse, bailar y macizo, oscuridad hop, dubster postrevolucionado, pesadilla futurista a lo drum and bass, el espíritu de DJ Rashad no sólo invadió la sensibilidad de los fiesteros, también dejó en claro que el AMF había sido inaugurado en una suerte de clan que había sido invitado a la conspiración, a la resistencia del cuerpo y la mente. Dormimos calientitos esa madrugada.

Ejival, Benfica, Teklife y Dj Nombre y apellido (Fotos: Ricardo Pineda)

El día AMF había llegado, y no nos quisimos perder un solo segundo. Pese a la desvelada, el entusiasmo de los asistentes no era poco, aunque el ambiente se percibía en extremo calmo, en buena medida por el sol, la playa y la conciencia de varios de que se trataba de un sol a sol casi literal: de medio día a seis de la mañana del domingo 21. Convenía tomárselo con calma.

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El arranque con The Mud Howlers invitaba a los primeros tragos, a degustar la oferta gastronómica de los exquisitos Food Trucks (especial mención a los tacos Kokopeli y el Take a Wok, mamalones de ricos) y a deleitarse con el paisaje. Hasta que estás en Rosarito cachas el pedo de que la playa es parte de la forma y el fondo del discurso del festival y no un escenario accesorio que pretexta la fiesta y el consumo. Los dos escenarios se encontraban alevosamente para no dar tregua: Other Bodies echando candela post rocker y sentimental, los Protistas encantados de que su pop melódico edulcorara la sal de la arena de Rosarito y Grenda revelándose como una de las grandes y jóvenes promesas de la electrónica nacional, reciente lanzamiento de la Static Discos y un artista con arrestos suficientes y un sonido bien particular, tripeado y de ensueño, sentimental sin rayar en lo cursi, un equilibrio atípico entre el hip hop ultralento y lo más granado de aquello que tendieron a llamar erróneamente chillwave. Hay que seguirle la pista. El AMF comenzaba a cobrar sabor.

The Mud Howlers, Other Bodies, Grenda y Protistas

De repente las barras de chela se presumían insuficientes y el área gourmet comenzaba a nutrirse, un gusto sentir un ambiente de una escena que aún va en ascenso, de cuates de la región que tenían años sin verse y su gusto por descubrir música nueva los llevó de nueva cuenta a un abrazo de playa. Para entonces, la Nite Jewel echaba grito pelado con su lo-fi endulzado que nos hizo cabulear un momento pensando en una Selena-novela del canal 2 pero en cámara lenta y ácida. Chula.

El sol comenzaba su punto álgido para arrancar su descenso y los enormes recetaban su garaje machacón: San Pedro el Cortez había llegado con rolas nuevas, con gafer en la jeta y pistola de agua pa’ bañársela a todo el respetable. Si alguna vez tendríamos que decir una burrada del corte “esta banda viene a salvar al rock”, seguramente lo diríamos en la mejor de las venas para esta banda. El rock ya no tiene salvación, no lo necesita, y San Pedro el Cortez lo sabe, sigue rifando y controlando. Qué chingones son.

El uno-dos letal del rock en la playa vino a maridar perfectamente con Fax, un leyenda e ícono de los sonidos electrónicos de envergadura apaciguante y ensueños calmos, piedra angular de Static Discos también y viejo lobo de mar de la escena electrónica del Norte. El escenario del jardín volaba y sonreía, en un atardecer atinado, anaranjado, luego rojizo y luego… la noche.

Princess Nokia, San Pedro el Cortez, Nite Jewel y Fax

King Tuff armó el desmadrito en la noche con viento frío, haciendo rock divertido y ágil, sin tanto pedo, o como dirían en Monterrey: tú puro pedo, wey. El greñudo querido del rock sureño de Estados Unidos sabe hacer con eficacia una música, que en forma y contenido abreva de los clichés más chocosos del rock gringo, pero con una impronta y cosmovisión chatarrera e infantil (mas no infantiloide, ojo), que lo pone en un sitio decoroso. Aunque no te vibre, no raspa mal. Pero la antítesis de King Tuff se postró en ese mismo escenario nocturno de playa y debraye: White Hills había llegado y con ellos su rock pasado de rosca, bajos gordos y psicodelia en activo. Aunque también clicheteros del rock y sus lugares más sobados, los White Hills los postraban a un sitio más sobrio y sombrío, Dave W. y la mamasota Ego Sensation se saben dioses dorados, entienden que el rock es show pero también símbolo y mística arriba y abajo del escenario, hipnóticos y en definitiva una de las cosas más heavys de todo el festival. La luna enmarcaba su cotorreo, su ritual engalanado de terciopelo rojo y pantalón plateado, su reflejo en el mar gruñía y sabía una verdad: la noche seguía cayendo a lo pesado y más profundo del mar.

Kingdom, cabecilla del reputado sello Fade to Mind, nos ha hecho sudar a más de uno en DF y en EU, pero para cuando su set prendió mecha en el AMF, el perreo ya era incontrolable: del techno al hip hop, del trap más guarro al reggaetón más afinado, el productor Ezra Rubin se la sabe de cabo a rabo y no tiene problemas en bajar el beat a su chisme porque el imperio del baile es totalmente suyo. Todos recordarán su set en el AMF como el que comenzó la broma y reventó el descontrol como paloma de 20 pesos en la cara durante su presentación en el jardín. Para cuando los elegantes La Femme hicieron acto de presencia, muchos encontramos remanso en su pop oscuro y sexualizado, con sus letras de triple y cuátruple lectura y sus reminisencias a una suerte de Stereolab pervertido y menos dinámico. Son grandes y queridos en México. Buena manera de comenzar el puente hacia la resistencia de los valientes en el AMF.

System Error fueron los artífices de ese puente. Mientras muchos asistentes e iban a sus casas, felices y cansados, la fiesta oscura apenas comenzaba. El escenario del Amanecer se preparaba y el chico Kevin, aka Niño Árbol sacaba sus mejores trapos para demostrar que es otro de los talentos nóveles más prometedores de la electrónica mexicana. ¿Qué chingados le dan sus mamás de comer a esta camada de morros? Es fascinante ver y escuchar lo que está sucediendo con la morriza de menos de 20 años en el norte, bajío y centro del país, son buenísimos. De verdad, ahí tenemos una mina de sonidos impresionantes.

King Tuff, White Hills, Kingdom y La Femme

Sin decir agua va, el AMF se había pasado de un festival increíble en la playa, a una reunión de amigos aferrados a no sucumbir, a bailar hasta que las rodillas comenzaran a agonizar en estragos negativos, unos cientos con ojeras y fiesta encima. Un impasse rarísimo, en donde Vegan Canibal tocó entre el Niño Árbol y Las Brisas hizo un poco un corto circuito a la narrativa y flujo de la madrugada. Por ende: retracillo leve, fallas técnicas y tarde pero seguros Las Brisas amarraron rumbo “Madrugada Pesadilla” su techno “enruidesido” para menearse en una oleada de frecuencias manchadas y siniestras. El cuerpo ya no quería, pero la vibra aún se mantenía, el buen ánimo seguía increíble pasadas las tres de la mañana del domingo. A lo lejos, la noche del mar más amarrado lucía imponente, pesada y lúgubre. Pero en el escenario y el chiquipuerto del Sunio todo era despiporre organizado, fiesta perrona, hasta que unos tíos fueron invitados a treparse al escenario con Las Brisas a tomar el micrófono, y de repente los sonidos que comandaba Alderete se trastocaron en un chafísima balbuceo reggae: “Babylon, faya, faya. Babylon” repetía hasta el hartazgo el vato. Y así, sin decir ahí va la brisa se acabaron Las Brisas, en uno de los sets más tibios que les  hayamos visto.

Siete-Catorce-AMF-2015

Parecía que la madrugada moría y que las cosas salían de su cauce. Para cuando Marco Polo Gutiérrez, aka Siete Catorce se subió a la tarima, pasaditas las cuatro de la mañana, parecía que los pocos aferrados iríamos a dormir tempra, con un techno enrarecido, nada de lo que se espera de Siete Catorce. Pese a que no era de mi agrado el arranque debo decir que me agrada que Marco haga de vez en vez esas cosas, que chingue y rete al respetable, que lo saque de su confort y su apestosa expectativa. Si uno sale avante con la paciencia fiestera, seguro será recompensado. Marco Polo tardó pero arrancó en un set formidable, nada cercano a su EP debut aquel, más que si es un set que se disfrute o que se pueda bailar es interesante darse cuenta cómo Siete Catorce “¿desestructura?” las cosas, cómo le giran los conejos negros de su mente y los traduce en beats, frecuencias y ladrillos abstractos para darles un repasón, y cómo esos brochazos llegan a funcionar en la pista. Increíble cierre, Siete es querido por su pandilla, Santos ahí andaba fiel y varios de sus compas, junto con algunos pocos aferrados que vimos cómo después de la oscuridad cerrada fuimos empujando a un azul inmenso, nuestro, de proporciones bíblicas. El amanecer había llegado y Marco se aferraba a comandar la nave, en un final de festival que lucía congruente, que cobraba sentido y devolvía la fe en las cosas que valen, sin trampas ni artificios más que los del cuerpo desgastado o de las ciudades-trampa que pueden seguir una y otra vez, como un loop, de forma infinita. Más días como éstos, en los que la inocencia y la camaradería imperen. Hasta el otro año All My Friends.