Fotos: Heber Canett

“No, no, no. Aquí no hay Black Flag, ni Circle Jerks. Esto es Off!, uno, dos, tres” y ¡vámonos! Después de dar guerra editorialmente en el incipiente mundo del periodismo musical, Indie Rocks llega a sus ocho años con uno de los conciertos más memorables y potentes de todo el año. Off! Sería una banda considerada nueva de no ser por tener a un figurón en el escenario como lo es Keith Morris.

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Una noche que llenó el pequeño pero acogedor foro Indie Rocks de la colonia Roma, con músicos, invitados enterados y fans de hueso colorado de una de las figuras emblemáticas del hard core gabacho, con una banda abridora más que decorosa, Última Víctima.

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Off! llenó como periodicazo en la boca los ánimos de propios y extraños, con un set contundente, sin ambages ni florituras bajo un audio arriba de respetable, que hizo mover melenas y esqueletos al público asistente que bailó y embarró el piso de cerveza en pleno slam, como debe ser; desmadre del más agusto, en comunión y bajo una vibra de conciertos que desde hace un buen tiempo no se sentía en la zona, salvo acaso en el Alicia.

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El material salió completo y sin reservas, desde algunas piezas de sus EPs de 2010, hasta llegar a su más reciente placazo, el gran Wasted Years! Poca consigna consciente entre rolas, sólo cabronazo tras cabronazo, con un Morris ya cansado de cuerpo pero no de filo y rabia. A sus 59 años, Keith suena igual de castroso y salvaje que con las bandas que le dieron el lugar de leyenda del hard core más primigeneo, palabras como energía o poder quedan flojas y banales a la hora de describir lo que Morris y compañía hacen en el escenario; se trata de un manejo interno de furia y candela física que forzosamente te hacen sentir con una calentura en la jeta, ardido del fregadazo que resulta de cuatro pelados enardecidos en escena.

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Es sólo punk hard core pero nos sigue gustando: tíos grandes, pelados entendidos que decidieron descolgarse de la periferia para levantar el puño y aventarse con el de al lado. Morris canta como poseído sin verse fanático, su incomodidad y sordidez en sus letras no pierden un ápice de ironía, hay cierto humor gandalla y sentimiento “antitodo” que hicieron de la noche una de las más inolvidables de la ciudad este año, al calor de un jueves lluvioso, en donde una pequeña congregación fiel entendió por qué el rock es rock. ¡Qué brutal!

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