Fotos: Miguel Ángel Luján
La consigna fue celebrar cinco años de música nueva, ruido e improvisación con un cartel y logística aún más arriesgados que en ediciones pasadas, la consigna fue que siga siendo gratis y apostar a que tiene que hacerse pese a que Aural ya no perteneciera al fmx. La consigna sigue siendo descubrir nuevos horizontes que reten al organizador de festivales, al músico al enfrentarse con una audiencia específica, y al escucha por seguir rompiendo sus esquemas convencionales de “consumo cultural”.
¿Cinco días? ¿Conciertos, talleres, conversatorios, performances, películas, actividades para niños? ¿Se puede? Alguna vez, conversando con Eric Namour, director del festival, lo dejó en claro: “perdón, pero un festival de tres días no es un festival, un festival de sólo conciertos y nos vamos a la casa, tampoco es festival”. Y sí, el nicho arrancó sus actividades el pasado miércoles 13 de mayo con un despliegue de elementos que en apariencia parecían inabarcables aunque fascinantes en su vasta mayoría: diferentes disciplinas, recintos, modalidades y horarios. Un festival se vive y se resiente, y el nicho en su nombre lleva la penitencia de ir por un público que intenta ser más crítico y sin respuesta visceral de masa, sino generar una pequeña concurrencia sensible a la calidad de los actos presentados.
Desde sus preactividades en el Soma, Museo El Eco y Alumnos 47, El Nicho dejó en claro que su festival es sonido y arriesgue, sí, pero también una declaración de principios no evidentes, de una suerte de estocada sutil sobre las prácticas culturales y de espectáculos de las grandes marcas y las instituciones culturales con presupuestos ostentosos.
Se trató pues, de eventos que tuvieron su afluencia de gente nutrida y constante, siempre arriba de cien y nunca mayor a mil en un solo número. La consigna fue comprender y zambullirse en la obra del británico Cornelius Cardew y de la francesa Éliane Radigue, a través de documentales, conversatorios e interpretaciones.
¿Los puntos álgidos? La maestría en la batería a cargo de Tony Buck, baterista de los enormes australianos The Necks; Magda Mayas y su enorme pericia a cargo del piano preparado; la premiere mexicana de OCCAM #1 de Éliane Radigue, una de las figuras femeninas más importantes de la música electrónica experimental en el mundo; también fue especial la proyección del documental del concierto de la Sinfonía für Mexico City de Hermann Nitsch, para todos los que no pudimos acudir al Ex Teresa hace algunos meses, en medio de toda la polémica desatada tras la cancelación de su retrospectiva en el Museo Jumex; Angharad Davies deconstruyendo físicamente su violín en un set por demás íntimo, abstraído y performático.
Quienes merecen mención aparte también fueron el set Keith Rowe y el noruego Kjell Bjørgeengen, que nos metió en una densidad suspendida, gracias a una alteración sonora-audiovisual que tuvo lecturas simbólicas, plásticas y mentales. Casi silencio, frecuencias de cuño meticuloso y algún guiño pop nostálgico. Una arremetida física y directa al organismo también la del ibérico Francisco López, un referente para los artistas sonoros y exploradores auditivos mexicanos, y también quizás el nombre más ubicado en el cartel de El Nicho. Su disposición de las sillas para escuchar su set, más las vendas para acentuar los detalles y la abstracción dieron como resultado una sesión para recordar y repasar. Y como ya es una hermosa costumbre, el colofón que daría cerrojo de peso a las actividades del domingo 17 de mayo, con cine expandido fue increíble, directo y sin escalas a la memoria de los que decidieron quedarse a ver el performance de Guy Sherwin y Lynn Loo.
El Nicho subió la apuesta con creces este 2015, y ante un panorama complicado en términos financieros y de subsidios culturales, la proeza de reunir a una comunidad que de a poco se ha ido interesando y sensibilizado más, es mayor. Es un elemento mayor al gusto ver que El Nicho congrega a más gente que su segmento habitual, en las presentaciones se dejó ver a uno que otro niño. El Nicho también es parte de Aural de forma simbólica, de las sesiones de bajas frecuencias de Umbral, de alguna manera también entabla puentes con la labor de Israel Martínez con Suplex o con Julián Bonequi en Audition Records, Carlos Prieto, Erick Diego y un sinfín más de medios, aliados y amigos que están robusteciendo una comunidad desde hace años. Un periplo al que sólo le queda seguir caminando y arriesgando por la no convención, el ruido, la creatividad y la dislocación discursiva a través del pretexto o argumento de la música.
La idea del virus o de la aparición de lo invisible en el arte según García Ponce se hizo presente de nueva cuenta, gracias a la labor de Namour, Danae Silva, Finella Halligan y su equipo de colaboradores. Ojalá el ruido siga extendiéndose por muchos lustros y décadas más, que la música interminable no deje de resonar en la vida de la ciudad. Y sí, los festivales deben de ser así, de largo aliento, que dejen huella, a la contra de la unanimidad.