Cinco fechas, cinco son las que agotó rápidamente King Crimson en el Teatro Metropolitan de la Ciudad de México. Una de esas visitas siempre esperadas. Los que ya habían visto al Rey Carmesí en nuestra ciudad sabían de antemano que la calidad estaba asegurada, la expectativa afuera del Teatro así lo prometían. Progresivo inglés de cepa exigente.

Generaciones completas, King Crimson es de esas pocas bandas de rock que aún pueden congregar de los más jóvenes hasta los más veteranos, esos que entienden que la prohibición de fotografías con celular y el silencio entre movimientos era pertinentes. Calidad de audio, calidez sonora. Una promesa sin fisuras que valía cada peso por boleto pagado. Y sin embargo, la sorpresa tuvo lugar.

A sus 76 años Robert Fripp ha sabido reinventar y mutar el sonido de su banda, sin sacrificar un ápice su sonido primigéneo, uno que se da licencias pop a buenos ratos, que coquetea con la música clásica sin sonar aburridos ni acartonados. Una noche sin tregua, equilibrada, en la que el llamado monstruo de ocho cabezas (tres baterías, dos guitarristas, un tecladista, bajo poderoso cortesía de Tony Levin incluido y un saxofonista) repasó una buena muestra de toda su carrera, metiéndole actualidad a lo largo de casi tres horas de concierto dividido en dos sets.

Todo mundo sabía que el concierto sería bueno, poderoso y contundente, pero pocos esperaban ese nivel de contundencia. Aquí sí cupieron esos comentarios musicales que comparan, que versan sobre acústica y calidad de audio, marcas de instrumentos o calidad de ejecución. Todos fueron rebasados con creces.

King Crimson arrebató aplausos, loas y gritos eufóricos. Bocas abiertas, caras contentas y un setlist que se da el lujo de cambiar ligeramente entre cada fecha. Los músicos se mueven poco pero lucen demasiado en contrapeso, extraordinarios, precisos y preciosos.

Nueve fueron los cortes de la primera parte, una en la que la emoción estaba a flor de piel entre los viejos lobos de mar, esos que por años han coleccionado bootlegs, discografía oficial y que conocen al pie de la letra la carrera en solo y en conjunto de Crimson: Larks’ Tongues in Aspic, Part One, Neurotica, Cirkus a tres teclados, Lizard, Hell Hounds of Krim, Red, Fallen Angel, Islands y el enorme cierre de Larks’ Tongues in Aspic, Part Two.

En la primera pausa, las cervezas y las aglomeraciones al baño ya se decantaban en elogios y asombro: “nunca esperé verlos así”, “están brutales”, “qué cosa”. Señores hablaban por el celular pidiéndole a sus clientes que les llamaran en otra ocasión, norteños que se habían descolgado hablaban emocionados con sus esposas, tíos regañones explicaban la historia musical a sus sobrinos. King Crimson ya los tenía de nuevo en el bolsillo, como aquellas ocasiones pasadas de años atrás, cuando Santa Sabina llegó a abrir sus conciertos.

Esta vez no hubo abridor, no hubo tregua. El Rey Carmesí había conquistado de nuevo los mares, saciando la sed sonora de los miles de asistentes, esos que sortearon cabalmente el tiempo y la distancia.

La segunda mitad tuvo un amarre excepcional: , Indiscipline, The ConstruKction of Light, Banshee Legs Bell Hassle, Easy Money, The Letters, Sailor’s Tale, Meltdown, Radical Action II, Level Five y Starless. Una alineación emocionada, sin decir agua va se aventó el encore de oro que terminó por coronar la larga jornada que la mayoría sintió como minutos con The Court of the Crimson King, un cover a David Bowie, “Heroes” y la quintaesencia crimsoniana que es 21st Century Schizoid Man.

La moneda flota en el aire y muchos no sabemos si el tiempo, el espacio y la edad den para otra visita futura de Crimson con ese nivel, lo que sí es de agradecer es que en pleno 2017 se tuvo la oportunidad de presenciar un concierto así de bueno, roquero con todas las de la ley, enraizado en sus propios lugares comunes sin ser una caricatura de sí mismos, como muchas bandas roqueras de antaño. Un decoro, un detalle y un gran regalo para la ciudad, esa que se va diluyendo entre guitarrazos de medio pelo y selfies para atestiguar la pasarela. El Rey Carmesí vino a poner de nuevo la vara muy en alto, a reivindicar su trono y a dominar los mares.

Robert Fripp, Tony Levin, Pat Mastelotto, Gavin Harrison, Jeremy Stacey,  Bill Rieflin, Mel Collins y esa bestia al micrófono que es Jakko Jakszyk  demostraron que la brutalidad y el poderío se ejercen con música de alto calibre y elegancia. No más, no menos.