Mucho ruido, mucho lodo y energía. De todo tipo y en diversos sentidos. El Corona Capital 2014 quedará tatuado en la historia de los festivales de México, no sólo por el caos derivado de las condiciones climáticas, sino también por poner en relieve varios aspectos que lo hacen memorable para la mayoría de los asistentes.

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Pese a los miles de pares de tenis de colección que esta semana acabarán en la basura y las quejas infinitas de lo que sea que se les ocurra en las redes sociales, el saldo del 11 y el 12 de octubre supera el simple “positivo”, gracias a la disposición excesiva de pasarla bien por parte de la gente, y el esmero de la organización por llevar el espectáculo musical más grande de México a mejor puerto pese a todo. De verdad fue una prueba de fuego y sudor para el músculo y capacidad de OCESA, en cuanto a sortear dificultades se refiere. El reconocimiento para ambos bandos que a veces parecen irreconciliables, público y organización, no es poca cosa y se vuelve necesario.

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Negritos en el arroz siempre hay: una lluvia con tormenta eléctrica rebasa a cualquier organización, y sí, pasarla todo el día mojado y enlodado se vuelve complicado, ver sólo unos minutos a Massive Attack y sufrir cambios de horario y retraso dificulta la experiencia. No obstante, las ganas de bailar, gritar y divertirse fueron mayores, prevalecen sobre cualquier complicación y cuerpos helados para encumbrarse en la memoria y no moverse de ahí, devolviendo una sonrisa satisfecha.

El sábado 11 de octubre muchos sabíamos que el clima no estaba a nuestro favor, las lluvias han sido moneda frecuente y poco amable con el capitalino. Sin embargo, las cosas que valían la pena comenzaron a brillar por cuenta propia: The Julie Ruin dio cátedra temprana de lo que significa un artista de culto total, al igual que Sean Lennon y su banda The Ghost of a Saber Tooth Tiger, que sin dejar la tonalidad comparativa con la voz de su padre, demuestra que sabe componer y roquear por cuenta propia. Se le vio entre la gente, fastidiado de que le tomaran fotos.

“¿A qué festival fuiste, que todos hablan pestes de él?” Ya estamos acostumbrados a disentir, a vivir el festival de diferente manera; las discrepancias esta vez fueron mayores y claras, quizás por la desfragmentación y amplitud del espectro musical aunado al factor de la naturaleza. Y aunque este año las activaciones comerciales incomodaron a varios más, la acogida y expansión del público se sintió notablemente. Otros estratos y gustos le están entrando al Corona Capital y eso se percibe en el cartel, que lo mismo incluye a leyendas vivientes como Damon Albarn, que a Djs de moda y un tanto fuera de contexto como Gareth Emery. Para todos hubo y cualquiera podía divertirse si ese era el objetivo.

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Se necesitaron toneladas de voluntad para no acojonarse frente a las inclemencias de una lluvia que castigó grueso, para ver en Little Dragon a una banda muy sólida que ha crecido a base de puro trabajo y mejora de su sonido, para no ensombrecerse por la interrupción del magnífico set que llevaba Massive Attack, así como por el cambio de horario con Jack White, quien encabezó una de las presentaciones más notables del sábado, a la altura tal vez (pero en su cancha), de la fiesta increíble y caliente de Hercules & Love Affair. ¡Qué bárbaros!

Para algunos fue duro darse cuenta que con Weezer se había dejado de ser chavo, que las rodillas de los treintañeros ya acorralaban a una temprana y dolida partida, fue raro también ver a The Horrors encumbrados como grandes que cierran un día atropellado, con un sonido que a todas luces aún le falta contundencia. Sin embargo, la gente siguió al pie del cañón: la mitad de un buen festival es la gente, eso quedó patente. Actitud sobró, y el lodo y la falta de costumbre en cuanto al contacto con la naturaleza se refiere quedó ligeramente atrás.

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Fue esa gente en impermeable, y sólo esa gente empapada la que el domingo llegó puntual, mojada y estoicamente contenta al Autódromo Hermanos Rodríguez para superar toda barrera: charcos hediondos, filas enormes, complicaciones técnicas con el tema de las pulseras de acceso y consumo, entre curvas estancadas, aromas atípicos y lodazal, el cual es muy frecuente en muchos festivales de todo el mundo. No estamos habituados y eso complica la dinámica de recepción del festival como experiencia. Pero el domingo, tras un agua inicial, todo fue  guitarras y contundencias, el rock brilló y disipó cualquier duda: White Denim, Temples y Kasabian prendieron la mecha desde su trinchera, para dar paso a los platos fuertes de todo el Corona Capital.

Y sí, la espera y el resfriado por una cuasi-hipotermia valieron la pena: Damon Albarn se llevó la noche con un set emotivo, melancólico, dulce y bien variado, entregado y nada díscolo con sus el repertorio de sus proyectos paralelos (¡Hasta de The Good, The Bad & The Queen se aventó!). Por su parte, Beck hizo el uno-dos de calidad a la noche y dio un set poderosísimo, que decepcionó tantito a quienes esperábamos un set melancólico y folk, en línea con su último disco, pero en prenda se aventó puro trancazo energético, psicodélico e impresionante. Beck es una bestia dinámica en vivo, es increíble y merece ser recordado como el Dios dorado que ahora es. Tiempo de cosechas para las leyendas.

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…Y temporada de encumbramientos para los artistas que vuelan para ser los nuevos clásicos del futuro: Lykke Li, Metronomy, y sobre todo St. Vincent (alguien está aprendiendo mucho de David Byrne) están ahí, formados detrás de Belle & Sebastian, que aunque aún increíbles y preciosistas ya se percibe que sus años de gloria creativa se hicieron un poco a un lado, para dejar que las flores crezcan solas. Cosechas.

Grato es ver que la gente haga de un festival algo diferente, que no se doblen ante sus semejantes que van a hablar y comportarse como spring breakers y que no caen en las provocaciones de una logística rebasada, de un clima cruel e inclemente, ni de un cuerpo que cada año parece aguantar cada vez menos cosas. Las ganas por hacer magia con la música es lo que lo sigue orillando a gritar y bailar hasta que el cuerpo diga basta y un poco más allá. Una mancha de lodo más al tigre. Aunque puede que no hayamos visto el mismo festival, por favor: no culpes a la lluvia.

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