En la cultura rastafari, la música no es entretenimiento: es medio de redención. En el universo del dub, donde el bajo ocupa el trono y el delay se convierte en aliento divino, los sonidos no se dispersan, se arraigan. Y en ese altar donde el beat es fe, pocos nombres resuenan con tanta autoridad espiritual como Channel One Sound System.
Fundado en 1979 por Mikey Dread y Jah T, Channel One no fue concebido como un proyecto para la industria ni como un camino hacia la fama. Su propósito, desde el inicio, fue claro y radical: romper barreras a través de la música reggae. A lo largo de más de cuatro décadas, lo han hecho fieles a una ética rastafari que entiende el sonido como fuerza vital, como resistencia cultural, y como arma de construcción espiritual.
El sound system como archivo de la diáspora
Hablar de Channel One es también hablar de la historia misma del sound system como forma de resistencia. El fenómeno nació en Jamaica a mediados del siglo XX, como respuesta directa a la marginación sistemática de las comunidades negras, privadas de acceso a los medios tradicionales de producción y difusión cultural. Ante la exclusión, el pueblo levantó torres de bocinas en patios y solares. La calle se volvió iglesia, y el selector, predicador.
Cuando el fenómeno migró al Reino Unido con las oleadas caribeñas que arribaron durante la posguerra, las condiciones no cambiaron mucho. En ciudades como Londres, el racismo, la brutalidad policial y la segregación empujaron a las comunidades negras a buscar en el sonido una forma de afirmación. Fue en este contexto que emergió Channel One: no como un lujo, sino como una necesidad. Una plataforma autogestionada donde la música no solo calmaba, sino que incendiaba.
Y así como el blues es inseparable de la esclavitud o el jazz del Harlem renacentista, el dub de Channel One no puede entenderse sin su vínculo con la memoria negra, con los rastros invisibles de la diáspora. Cada sesión es, en el fondo, un acto de archivo oral, una recuperación de ritmos, frases y vibraciones que narran una historia que no siempre fue escrita, pero que se ha mantenido viva en la vibración del bajo.
El lenguaje oculto del dub
A diferencia del reggae tradicional, el dub no proclama: insinúa. Su poder no reside en la claridad del mensaje, sino en su capacidad para afectar sin explicar. Lo que Channel One hace en cada una de sus presentaciones es invocar una atmósfera: una vibración densa, donde la voz desaparece y el espacio sonoro se descompone hasta volverse tridimensional.
El silencio cobra aquí una fuerza inusitada. No como vacío, sino como contenedor de potencia. Un delay que regresa después de cinco segundos no es un simple efecto: es un recordatorio. De algo que fue dicho y que no ha dejado de sonar. De una presencia que vuelve como eco, como sombra, como testimonio. En este contexto, Channel One no pincha música: cura, organiza, dispone y desestructura. No son DJs, son alquimistas acústicos.
Y como toda práctica mística, el dub tiene su propia arquitectura. Las torres de bocinas que instala Channel One no son solo amplificadores: son monolitos rituales. En su disposición hay intención. El cuerpo del público se convierte en el espacio donde esas frecuencias se manifiestan. Es en el pecho, en las vísceras, en el temblor de los huesos donde realmente se escucha. Por eso el dub no puede reducirse a un archivo de Spotify: necesita espacio, volumen y carne.
Channel One como gesto político
Es un error pensar que el rastafarismo es una fe aislada de la realidad. Todo en Channel One —desde la selección musical hasta la manufactura artesanal de sus equipos— es una toma de postura. Respetar el vinilo, evitar el software, operar fuera de los algoritmos: todo eso es política. Política del cuerpo, del tiempo, de la escucha.
La fidelidad a la tradición no es nostalgia, es postura anticolonial. Channel One ha recorrido el mundo sin ceder a las demandas del mercado. Han llevado su sound system a barrios de Soweto, favelas de Brasil, calles de Tokio, comunas francesas y, ahora, al corazón de la Ciudad de México, demostrando que su mensaje es universal porque su vibración es verdad.
El próximo 19 de junio, cuando Channel One active su arsenal de frecuencias en la Sala (B) del Foro Indie Rocks!, no ocurrirá simplemente un concierto. Será una manifestación. Una comunión entre pasado y presente, entre tecnología ancestral y cuerpo urbano. Una noche en que los asistentes no serán espectadores, sino testigos y partícipes de un legado que sigue vivo.
Entre lo sagrado y lo terrenal
En tiempos en los que la música ha sido reducida a un algoritmo, a una función de fondo, Channel One sigue apostando por la presencia, por la materialidad del acto sonoro. No hay pantallas ni proyecciones espectaculares. Solo una pared de bocinas, unos brazos que giran discos y una convicción inamovible: que el dub puede salvar.
No salvar en términos mesiánicos. Salvar como cuidar, como recordar, como permanecer. En sus sesiones, se desarma la lógica del espectáculo. No hay selfies ni luces de neón. Hay humo, hay olor a vinilo viejo, hay piel erizada y una sensación de haber vuelto a algo primigenio, inasible, necesario.
Porque Channel One no toca canciones: despierta memorias. Y eso, hoy más que nunca, es un acto de insurrección.