Fotos cortesía: Fernando Moguel / OCESA

A las 20: 45 Hrs de la noche, las luces se apagaron y todos los asistentes al Teatro Metropólitan gritaron al unísono. Los músicos dan las notas que introducen la primera canción de la noche y se escucha una voz nasal pero entonada que dice “No quiero que te enteres que te estoy hablando a vos…” y llegando al coro con un “¡Ya no te quiero, no siento nada!” se ilumina todo el local; por fin podemos apreciar al maestro Vicentico. Toda la gente grita emocionada, y ¿Cómo no? Si se llevaba toda la noche esperando.

Al terminar la primera interpretación, sin más comienza la siguiente melodía, excelente ejecución. Vicentico está cómodo en el escenario y se limita a hacer lo que mejor sabe: interpretar. La batería hace una introducción que por aludir a una marcha militar no puede ser otra que ‘soldado de Dios’ y mientras canta “Dime señor cómo puedo cambiar y entregarme a la paz sin temor” nos encontramos con el primer momento íntimo de la noche, todo el teatro está sumido en la misma plegaria acústica; Vicentico nos hace caer en cuenta que todos compartimos los mismos sentimientos y cada quien está luchando su propia batalla.

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Llega el momento de interpretar ‘Viento’, precedida por un “Para Gustavo” con su acento argentino. ¿Es neta que sólo eso iba a decir? Son las nueve de la noche y al llegar al coro y escuchar “Viento fuerte del mar deja, deja ya de soplar, déjame descansar solo por un momento, quiero cruzar la línea del horizonte y ver que hay allá, sé que hay un lugar donde soy más fuerte” todos entendimos por qué era para Gustavo. Al concluir la gente gritaba “¡Cerati, Cerati!”.

Todo es romance cuando comienza la interpretación de ‘no te apartes de mí’, la audiencia corea mientras se proyecta la imagen de  la actriz Valeria Bertuccelli, su mujer. Después, se escucha: “¿Hace falta… que te diga… que me muero por tener algo contigo?”, incrementa el ambiente romántico en el foro, ‘algo contigo’ era una de las interpretaciones más esperadas; el fabuloso Cadillac está complaciendo a su audiencia.

Finaliza la décima canción de la noche. Sale la banda del escenario y por fin nos deja a solas con el anfitrión, se ríe y bromea con señas pero no hace nada más, nos está toreando. Acomoda su micrófono, deja su guitarra en el respectivo atril y por fin nos dice algo más o menos así: “Aparte del placer de tocar para ustedes, hoy es una noche especial, primero porque es nuestra, es única. Es una noche especial, no nos entendamos en la cuestión, todos sabemos por qué. Es para él, y su arte, se la vamos a dedicar”. Vicentico por fin habló y habló sobre su compatriota Cerati; le dedicó la noche y lo hizo sin hablar de más, como un gran músico lo haría sobre su colega, pero sobre todo como un caballero. A continuación, siguió con su discurso pero ahora sobre la vida: “Sepamos también que los momentos que estamos compartiendo son únicos e irrepetibles y podemos encontrarnos en teatros bonitos y escuchar música y compartir momentos bonitos”, el teatro entero aplaudía y ovacionaba al maestro por sus palabras; él concluyó: “Habiendo dicho esto, dediquémonos a otra cosa, a la música” y siguió con el concierto de la noche.

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Posteriormente se entona una versión acústica de ‘Melancolía’. No hay un alma en el teatro que no la conozca. Vicentico da el grito con su característica voz desflecada diciendo: “¡Suena como un crimen que me hayas mentido, que hayas engañado a este corazón!” y todo el auditorio se coordina con él hundiéndose en el mismo sentimiento de nostalgia ¿Será que cada quién está pensando en aquél que le enamoró y al final le hizo mal? ¿En quién pensaría el mismo Vicentico?

A partir del momento en que por fin nos habló, el ambiente en el teatro fue diferente, se sintió más cálido y sí, la calidad de sus interpretaciones hasta el momento era excelente pero era necesario que existiera esa conexión público-músico para que más que escuchar un playlist, se hiciera presente el mismísimo Vicentico, el fabuloso Cadillac.

Prosiguen con ‘Basta de llamarme así’, otra de los fabulosos. El contacto con el público es muy diferente que al principio. Ahora sí habla, bromea, interactúa, se quita el saco y todos le comienzan a chiflar a lo que él responde con su voz nasal “Pará, pará. Si sho sé que soy un gordo chancho”, es una maravilla. El ambiente es cálido, no estamos sólo en un concierto, estamos en una fiesta con él.

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Sigue con la canción ganadora del Grammy ‘Creo que me enamoré’ y todo el teatro está vibrando al ritmo de las luces parpadeantes del escenario, la celebración sigue y la banda comienza a ejecutar la candente melodía de ‘Tiburón’. Es una fiesta a la vida, la gente baila y convive entre sí.

Al concluir se siente el ambiente de festejo y él da un nuevo discurso: “Queridos, queridas, gracias. Muchas gracias de verdad” Todos gritan y aplauden con emoción, nadie quería que terminara, pero inclusive si en ese momento el maestro hubiera salido del escenario, todos estaríamos más que complacidos. A continuación nos dice: “Quería ver, quería preguntarles si podríamos hacer el mayor de los silencios. Si podemos, sería un intento para buscar la fuerza y pedir que el espíritu de la música baje y nos ayude a encontrar nuestro camino”, pidió que lo hiciéramos sin celular, sin cámaras e inclusive pidió que se apagara la luz por completo. Todo el foro calló, contra las expectativas del mismo Vicentico. El silencio fue total por unos minutos, sólo interrumpido por el acordeón que anunciaba ‘los caminos de la vida’.

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Los asistentes bailaron la cumbia ácida que habla sobre resignación, sobre aceptar tu camino, como quiera que éste resulte y todo el foro se encontraba identificado. Vicentico había unido a cientos de espectadores en un solo sentimiento agridulce a la vida.

La noche concluía y el argentino dice que para él, esta noche también ha sido única. La banda sale del escenario y la gente emocionada pide otra canción, obvio el caballero nos complace con una última.

Toma su guitarra acústica y continúa interpretando “Vasos vacíos”, su colaboración con la señorona y reina de la salsa Celia Cruz. Otra canción festejando la vida. Todos felices corean y terminan la canción. Ahora sí, el maestro agradece una vez más, se despide y finalmente sale del escenario.