En el panorama contemporáneo del rap en español, pocos artistas han sabido construir una obra tan cohesiva y narrativa como Trueno. Más que un fenómeno de freestyle o un rostro joven del boom urbano latinoamericano, Mateo Palacios Corazzina se ha consolidado como un contador de historias, un cronista del barrio, de la juventud, de los orígenes y de las tensiones que atraviesan el cuerpo y el alma de América Latina. Y lo ha hecho a través de sus discos, que funcionan no solo como obras musicales, sino como capítulos de una misma historia: la suya y la de muchos.
Trueno, además se estará presentando próximamente este 10 de junio en Palacio de los Deportes. Aún puedes conseguir tus boletos a través de Ticketmaster.
La crónica urbana, bajo la óptica de Trueno
Atrevido (2020): La irrupción del rugido joven
El primer capítulo de esta crónica lleva un título que lo define todo: Atrevido. Con apenas 18 años, Trueno lanza un disco debut que no pide permiso. El álbum es una declaración de principios, una irrupción urgente, poderosa, casi volcánica. Desde los primeros versos de Atrevido (la canción) hasta los últimos de Rain II, Trueno muestra que no vino a probar suerte, sino a quedarse.
Más allá de los éxitos virales como “Mamichula” (una de las canciones más escuchadas de la historia reciente del rap argentino) y el dúo explosivo con Wos en “Sangría”, el disco está atravesado por un orgullo barrial que no es decorativo: es esencial. G.P.S, Background, Ñeri o Rain II retratan con detalle la infancia, la calle, la identidad familiar y la rabia contenida de un joven que entiende que su historia personal está atravesada por tensiones sociales más amplias.
Musicalmente, Atrevido es el más crudo de sus discos, pero no por eso menos interesante. Se respira influencia del boom bap noventero, pero también el uso inteligente de la estética trap, sin perder la esencia del freestyle. Hay urgencia, pero también dirección. Trueno se sabe en la mira, y en lugar de esquivar el foco, lo enfrenta.
Bien o Mal (2022): El rap como manifiesto político y cultural
Si Atrevido fue la irrupción, Bien o Mal es el discurso consolidado. Aquí, Trueno ya no necesita demostrar nada. Tiene el respeto del circuito, la atención del mainstream y la madurez suficiente para expandir su propuesta. Este álbum no es solo una continuación: es una transformación.
Desde el título mismo, Bien o Mal, se intuye una tesis más compleja. El disco se divide conceptual y visualmente en dos partes: una luminosa y otra oscura, como si Trueno quisiera hablar desde la ambigüedad moral del contexto en el que creció. La pregunta ya no es quién soy yo, sino quiénes somos como pueblo, como generación, como región.
Canciones como “Argentina” junto a Nathy Peluso se vuelven himnos identitarios, donde se recupera una estética de la resistencia, de la raíz. Mientras tanto, temas como “Dance Crip”, con su groove setentero y estética callejera, rinden tributo a la cultura hip hop en su dimensión más bailable y a la vez subversiva. Trueno baila, sí, pero nunca deja de decir algo.
En Bien o Mal hay espacio para el romance urbano (“Tierra Zanta”, “Lo Tengo”), para el desahogo emocional (“Jungle”, con Randy), y para la colaboración explosiva (“Panamá”, junto a Duki), donde Trueno demuestra que puede moverse entre géneros sin perder su centro narrativo.
Este disco también marca un punto alto en cuanto a la producción musical, con una paleta más rica y variada que en Atrevido. El trabajo de Bizarrap como colaborador y productor en varios tracks confirma que Trueno ya no es solo un hijo del hip hop argentino, sino un nombre fuerte en la escena global.
El Último Baile (2024): Homenaje, madurez y legado
En su disco más reciente, El Último Baile, Trueno se toma una pausa para mirar hacia atrás y rendir tributo. No es un cierre, como el título podría sugerir, sino una celebración del camino recorrido y de las raíces que lo sostienen. Este álbum se presenta como un homenaje a los 50 años del hip hop, pero también como una especie de manifiesto de legado: lo que se ha hecho, lo que queda por hacer, y lo que no debe olvidarse.
Aquí, Trueno se aleja momentáneamente del discurso urgente para explorar lo musical desde lo histórico y lo emotivo. Canciones como “Tranky Funky”, con la que ganó el Latin Grammy a Mejor Fusión/Interpretación Urbana en 2024, sintetizan esta intención: funk, rap clásico, flow juguetón y conciencia rítmica. Pero también hay profundidad: en “Ohh Baby” o “No Me Llores”, se permite hablar de vínculos, duelos y amores con una lírica más pausada, más madura.
Lo más fascinante de El Último Baile es que ya no está hecho solo para las plataformas. Se siente como un disco pensado en conjunto, con narrativa interna, arte visual robusto y una identidad sonora que mezcla lo vintage y lo digital con elegancia. Es un álbum que invita a ser escuchado de principio a fin, como si Trueno supiera que, en tiempos de playlists infinitas, todavía hay valor en contar una historia.
Rimar el barrio, escribir la historia
Trueno no lanza discos: construye relatos. Su música no es solo entretenimiento, sino archivo vivo. Escuchar su discografía completa es como recorrer un mapa emocional, político y generacional. Desde el chico atrevido que rapeaba en las plazas hasta el artista que sube a los escenarios más grandes de Latinoamérica, hay una línea coherente: la necesidad de decir algo que importe.
En una industria saturada de fórmulas, Trueno apuesta por la autenticidad, por el riesgo, por el mensaje. No es casual que su obra dialogue tanto con la historia del hip hop como con la historia de su barrio. Porque Trueno no solo rapea para el algoritmo: escribe para la memoria colectiva.
Y en tiempos como estos, eso vale oro.