Fotos: Andrea Belmont

Hay algo de encanto en la reticencia al cambio, en no moverse de su sitio ni dar bandazos abruptos en pos de ese también cuento chino que han tenido a mal llamar progreso, y confundir con el avance o el crecimiento. El arte visto como una competencia en la que hay que estar siempre diciendo cosas de forma nueva; el músico apreciado desde su palestra de innovador. Ser siempre nuevo, otro, entregar a tiempo, adelantarte. Así el sino de este siglo y sus dinámicas de velocidad.

Kurt Vile es un músico que navega en sentido contrario de esa dinámica. Su evolución es natural, acompasado y casi imperceptible. Verlo por tercera vez en vivo fue como cuando vuelves a toparte con tu viejo amigo de infancia y reconocer que nada a ha cambiado para bien, que la charla sigue igual de sabrosa, las ideas siguen avanzando en el mismo carril en donde se levantó la amistad.

Y no es que Vile sea un tipo encapsulado en su estilo que muchos han tendido a tildar de folk o post-grungerón, un quedado, para nada. Sin embargo su guitarra sigue donde debe, quizás con unos arpegios más bellos y sueltos, también se percibe a un cantautor más seguro de sí arriba de la tarima. Pero la belleza es la misma, la poesía aún pega, y es sutil como devastadora, a contraluz.

Mimetismo y estática dulce: Kurt Vile en El Plaza

El show que dio Vile en la Ciudad de México la pasada noche del sábado 4 de febrero, ante un semivacío Plaza Condesa fue uno hipnótico aunque dulce, honesto y discreto: cinco piezas de su más reciente placa, el buen B’lieve I’m Goin Down… (Matador, 2015), complementadas por repertorio de sus cinco discos pasados, presentación que abreva lo mejor de un músico que ha mantenido un paso constante y suave a lo largo de ocho años como solista.

En términos fríos podría decirse que a la presentación de Vile le faltó embrujo y contundencia, pero mucho se agradece que los músicos den lo mejor de sí sin tanto aleteo, directos, sin artificios. Kurt Vile agradecía y sonreía a ratos, siempre parco pero afable, con su matota en toda la cara, recibiendo los aplausos con gratitud y un dejo de pena. Un chulo que está en el mejor momento de su carrera, Vile no necesita de otro sonido para trepar lo que lleva ganado, no requiere coquetear con otros géneros o sobreexponerse a dinámicas taradas en televisión. Simplemente ocupa cambiar su guitarra electroacústica por una eléctrica cuando la rola así lo pide, extender la nota cuando el sentimiento lo requiere y voltear a ver a sus músicos levemente para conectarse y sonar como el rock de guitarras con ínfulas folk siempre ha sido: electrizante, oscuro e íntimo, sin aires de conquista.

Un tipo sencillo, alguien que se mimetiza fácilmente con la gente, así es el Vile que visitó México en 2012 y en 2013, el que recuerdo y que volvimos a ver la fría noche del sábado pasado, una que cerró complacientemente con “Baby’s Arm”, en un set de 16 canciones, ejecutadas por un músico sosegado, concentrado y decantado por regalar lo mejor de sí a los asistentes. Como si eso no fuera México, como si esa noche no estuviera semivacía y especialmente heterogénea, como si no hubiera pasado el tiempo. Como a veces las cosas tienen que ser, dejándolas en su sitio, inmaculadas.

Galería fotográfica Kurt Vile En El Plaza