“Retromania”, el icónico libro de Simon Reynolds, abre muchas discusiones sobre la música actual y su relación con el pasado. Una de ellas es la industrial cantidad de grupos en el mundo que se reúnen años después de sus tiempos de gloria para ofrecer giras de conciertos que parecen más un ajuste de cuentas económicas que un auténtico regreso en forma.

Una de sus preguntas clave dice así:

“¿La nostalgia es detener la capacidad de nuestra cultura para avanzar, o somos nostálgicos precisamente porque nuestra cultura ha dejado de avanzar y, por lo tanto, inevitablemente miramos hacia tiempos más dinámicos y trascendentales?”.

La respuesta, me parece, está en cada uno de nosotros y mirarlo desde un punto de vista general es tan subjetivo como inservible.

Grupos como Os Mutantes, Buzzcocks o The Doors han visitado México con atropellos nostálgicos: sus integrantes no son aquellos que brillaban en sus mejores tiempos y su momento actual es distante de sus capacidades de gloria. Nacha Pop bien podría caber en ese apartado.

Su presentación en el Teatro Metropolitan se da en un 2019, a solo un par de años de haber lanzado “Efecto Inmediato”, un disco liderado por Nacho García Vega y con un puñado de músicos que no pertenecen a su historia. ¿Un avance o un retroceso? A oídos de un puñado de seguidores es una pausa en tiempo y espacio.

La nostalgia funciona de diferentes formas pero todas ellas se encaminan a un solo lugar, a un territorio en donde la dinámica presencial queda en segundo plano, una especie de black lodge en “Twin Peaks” en donde la objetividad se olvida y en donde las reglas son totalmente distintas.

El recuerdo no es dañino, sino todo lo contrario. Mirar atrás es necesario para pisar con fuerza en el presente.

El concierto de Nacha Pop fue todo menos añoranza con tristeza. A pesar de que Antonio Vega dejó el mundo años atrás, su primo y compañero fundador lo recordaron con brío en un concierto que parecía ser enteramente dedicado a su legado.

Aparecieron canciones icónicas de su autoría como la bellísima “Una Décima de Segundo” con unos arreglos en saxofón deliciosos o “Grité una Noche” con un par de solos de guitarra revitalizadores, todas ellas siempre con un recordatorio en voz de que su autor -el inmortal- permanece incluso hasta en el tercer aire del grupo.

Vega no fue un fantasma en la presentación, sino una especie de protector. Sus canciones brillaron, “Persiguiendo Sombras” se escuchó al unísono como si los más de treinta años de su visita a México hubieran sido una eterna espera, “Chica De Ayer” se sintió como si su compositor estuviera presente e, incluso, una de las nuevas canciones contó con un sampleo de un solo de guitarra grabado por Vega poco antes de su muerte. Nacha Pop es un grupo que vive del recuerdo, pero lo abraza, lo sustenta y avienta crédito a quienes lo merecen sin reserva.

Era una celebración a la edad, a la experiencia, al paso del tiempo y al grato recuerdo. García no titubeaba en recordar que el concierto era una pausa en el presente para viajar el pasado y la cantidad de canciones del nuevo disco lo respaldaron. Piezas de “El Momento” y “Dibujos Animados” fueron mayoría en un concierto que se dedicó enteramente a celebrar la nostalgia y a revalorarla como un epicentro de felicidad.

¿Es, entonces, un concierto que vive de recuerdos una pausa al desarrollo de la cultura? No lo parece. Repasar una discografía casi impecable como la de Nacha Pop en un recinto como el Teatro Metropolitán –un venue que parece mantenerse de pie como alojamiento de espectáculos que se nutren de la memoria y con una arquitectura que invita invariablemente al recuerdo- dejó varias enseñanzas.

La más grande de ellas quizá tenga que ver con la errónea percepción del recuerdo como un detonador de la mediocridad.

Los asistentes eran, también, todo un espectáculo. Personas con canas en la cabeza, familias enteras animadas por los padres de familia, músicos de la vieja escuela, periodistas con años sobre los hombros. Pero todos ellos, al final, comulgaban con una cosa en específico. Ninguno de ellos dejó de sonreír en todo el concierto y las lágrimas no aparecieron.

Nacha Pop es un grupo que asume su vejez con orgullo, que recuerda su gloria con una sonrisa en la cara y que abraza su legado con fuerza.  

Yo, con apenas veintisiete años de edad, no soy de aquella generación, pero sentí que el grupo me hablaba como la primera vez que los escuché: con una sinceridad que uno guarda en el corazón para siempre.    

 

Foto: Facebook Nacha Pop