Por: Ariana Bustos. Fotos Cortesía: Chino Lemus / OCESA

 

  • Luego de dos presentaciones en la Ciudad de México, no hay duda de que ella sigue siendo la reina.

 

Siempre que una leyenda de la música visita México las expectativas son las más altas; qué pedirá durante su estancia, cómo será su habitación, qué lugares visitará, cuánto tiempo cantará, hará playback, esas y muchas otras preguntas nos hicimos estos primeros días de enero a la llegada de Madonna, la Reina del Pop.

Rebel Heart Tour fue la razón que la trajo a nuestro país, luego de una pausa en septiembre para hacer lo que temíamos, sorprendernos. Lo escribo como espectadora mortal, no como fanática entregada.

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Madonna llegó con con casi dos horas de margen, antes de aparecer en el escenario, tiempo en el que el Dj Lunice trató de hacer bailar a los miles de fanáticos en un Palacio de los Deportes abarrotado -con un esfuerzo poco valorado, por cierto- a pesar de que el boleto marcaba las 20:00 horas, y a pesar de las críticas que recibió durante su primera fecha, el 6 de enero, la Reina hizo lo que tenía previsto. Fue pasadas las 22:00 horas cuando la voz de Michael Jackson alzó el volumen para dejar pasar a la diva.

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De pronto aparecieron bailarines a los lados del escenario que emulaba una flecha de corazón -de esos que pintábamos en los 90- movimientos firmes, vestuario impresionante para recibir una jaula que descendía ante los fanáticos. Ahí estaba Madonna. Fue con “Iconic” con la que decidió abrir la noche que conforme pasaban los minutos lograba cautivar a los seguidores de años y nuevos ojos que la veían a la leyenda, después de una vida sin estar frente a ella.

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A sus casi 60 años, la cantante mostró que además de ser la reina del pop también lo es de la sensualidad y es que cada movimiento, frase, interacción con sus bailarines te hacía envidiar su experiencia, su cuerpo, su voz, la  seguridad que la ha llevado hasta donde está, en lo más alto, un trono difícil de pelear.

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Con frases en español, como “Hola” o incluso contar del 1 al 3; “tequila”, un “te quiero mucho”, los fanáticos encendían los ánimos, creaban un puente con un lenguaje que los hacía sentir más cerca de Madonna. Incluso, en algún momento de la noche el “canta y no llores” retumbó en el Palacio, captando la atención de la cantante hasta descifrar lo que en unísono le ofrecían, una serenata.

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El Rebel Heart de la diva, no te permitía voltear a otro lado; el escenario cambiaba a todo momento, escaleras de caracol, saltos, pantallas “incandescentes” tomadas por su séquito de bailarines, autos, llantas, camas acompañadas de amantes,  hasta una mesa que representaba la Última Cena en la que los motivos religiosos destacaron, con esa crítica que la caracteriza, muchas veces sin palabras, pero sí con movimientos que cautivan y provocan.

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Apareció Frida Kahlo, la mexicana más admirada por Madonna, entre el público alguien le acercó una chamarra y se presentó para la pausa, reafirmar su fanatismo por la artista mexicana, incluso mostró la indumentaria de una de sus bailarinas, con una versión actual de lo que vestía Kahlo.

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Así, el concierto con bemoles, dio un vistazo a la personalidad de Madonna, llevándola de la sensualidad al punto más sensible, que, en lo personal, me conmovió. En especial cuando interpretó “Like a Prayer”, pues antes de hacerlo recordó la situación social y de violencia que se vive en México y el mundo. Mientras ella “rezaba” todos en el recinto la seguían con un mar de luces que parecían estrellas ,dando calma y esperanza.

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Aunque en el repertorio se enfatizó la música de su nuevo material y que lleva el nombre de la gira actual, Madonna no dejó de lado éxitos que todos sabemos, sin importar el nivel de fanatismo, como “Vogue”, “La Isla bonita”, “Like a Virgin”, “Who´s, that girl”.Además dividió el concierto por una especie de actos que definieron la atmósfera y colores de su espectáculo: samurai, que acompañó con canciones como “Bitch I’m Madonna”; Rockabilly meets Tokyo, donde pidió por la igualdad entre los seres humanos al ritmo de canciones como “Body Shop”; Latin Gispy, donde los vivos españoles exaltaron el escenario, toreros, maracas, todo con melodías  con “Living  for love”. Así y con un “Bye Bitches” en pantalla, culminó una noche que demostró que Madonna sigue siendo la Reina.