Fotos cortesía Chino Lemus /OCESA

 

Parecía que la noche iba a naufragar por la lluvia. A lo largo de la jornada el agua hizo de las suyas por toda la ciudad. Gente con bolsas en los zapatos, con paraguas en la mano y botas de carnicero hasta la rodilla. (Te estuviste quejando del concierto y terminaste aquí) No había forma de escapar de la precipitación, sólo falta esperar que ésta decidiera detenerse para que Roger Waters tomara el escenario del Foro Sol con una lista de éxitos de Pink Floyd tan predecible, como necesaria. La lluvia cedió.

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Inició la noche con una nave cruzando el lado oscuro de la Luna en una las pantallas más grandes y nítidas que ha visto la curva más famosa del Autódromo Hermanos Rodríguez. El público tardó en llenar el recinto, sin embargo cuando Waters tomó la tarima el entusiasmo había logrado ocupar todos los rincones del lugar.

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Nacieron las primeras notas de “Speake to me/Breathe” y las imágenes comenzaron a flotar, fragmentos de luz que hacían recordar al planeta de “Solaris” (1972). (¿O, acaso, se parece más a “La Zona”?). La música en vivo ha alcanzado un grado de perfección envidiable, el empaque cambia a cada concierto, pero el proceso parece ser siempre el mismo. Sobre todo cuando se trata de bandas clásicas. Hit, saludo al país, coro de la canción que todos conocen, celulares grabando videos que nadie nunca ve, queja política, discurso contra la violencia, “son la mejor afición del mundo”, etc. Las caras cambian, el guión no tanto.

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Karaoke. Sí, era noche de karaoke. La publicidad había prometido una noche de éxitos y eso entregó Roger Waters, recorriendo los discos más famosos de la banda que le dio fortuna. Hay estuvieron casi todos los tracks del “Dark Side of The Moon” y el cierre dedicado a “The Wall” con una mezcla del “Animals” y del “Wish You Were Here” a mitad del sándwich. (¿Por qué nunca tocan de las chidas? Los mejores son “Meddle”, “Dark Side Of The Moon”, “Wish You Were Here”, “Animals”, “Obscured by clouds”, no en ese orden pero tal vez sí en ese orden) Irreprochable lista de clásicos para que las generaciones nuevas se estremecieran igual que las viejas.

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Fiel a su historia, el recital de Roger Waters deja el protagonismo de lado, el bajista permite que el resto de los músicos (en especial las coristas sacadas del “Quinto Elemento” y el cantante que imita a David Gilmour) también disfruten del cariño del público. El diseño mismo del espectáculo da pie a que los visuales sean el centro de atención: es en esa pantalla donde conviven las consignas políticas (Ferguson, Black Lives Matter, Renuncia Ya) con las referencias a la historia de Pink Floyd. Es una noche de recuerdos en todos los sentidos.

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Las ovaciones más grandes de la velada estaban guardadas para las burlas contra Donald Trump (imàgenes criticando su hombría, ridiculizando sus palabras, sus ideas, “Trump eres un pendejo”) y el momento en que Waters tomó el micrófono, justo después de “Eclipse”, para pedir a Enrique Peña Nieto resultados en el caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa (los gritos de ¡asesino! retumban una y otra vez como en un eco perpetuo) y los miles de asesinatos cometidos durante su mandato (¿pedirá algún columnista sope que lo veten del país?). “Sus lágrimas son mías, pero las lágrimas no los traerán de vuelta”.

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Olé, olé, olé, Roger, Roger” comenzó a escucharse (¿por qué todo lo quieren convertir en barra?) para marcar el comienzo del último tramo de la pista. Justo cuando el final (cantadísimo) con “Comfortably Numb” ayudó a apuntalar el ánimo catártico que se desató después de los discursos políticos y la interpretación de “Vera” y “Bring The Boys Back Home.”

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Y así, sólo faltaba la aparición del último pedazo de iconografía pinkfloydiana que no había hecho acto de presencia durante la noche. El turno del cerdo volador (otro homenaje a los 43), la fábrica del “Animals“, los trazos de la pared y demás ya había pasado. El triángulo del “Dark Side of The Moon” se dibujó en el escenario con unos sofisticados láser, mientras Waters despedía al público con entusiasmo.

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Dicha y felicidad en la cara de muchos. Aburrimiento en las parejas de otros. Fue una noche nostálgica, sin duda, de esas que permiten desquitar el precio de un boleto. Llena de canciones memorables (¿algo del “Ummagumma”, nadie?). Lista de eternos éxitos que desatan recuerdos. Al final, nunca (tal vez, es lo más seguro) volveremos a ver tocar a Pink Floyd y, en su lugar, tenemos que conformarnos con lo más cercano. La banda de covers (chingona, eso sí) de Roger Waters.