En un Reino Unido que a comienzos del nuevo milenio parecía haber olvidado la intensidad lírica que caracterizó a sus grandes movimientos culturales, surgieron cuatro jóvenes desaliñados con guitarras en mano y un romanticismo decadente a flor de piel. The Libertines, encabezados por Pete Doherty y Carl Barât, no solo redefinieron el sonido del garage rock británico, sino que propusieron, sin buscarlo del todo, una forma de revivir la herencia poética de sus compatriotas más ilustres. Desde William Blake hasta Wilfred Owen, pasando por Keats y los poetas malditos de Francia, la obra de los Libertines es, en muchos sentidos, una continuación ruidosa y rebelde del canon literario occidental.
Un rock nacido entre libros y ruinas
A diferencia de muchas bandas de su generación, The Libertines no escondieron nunca su amor por la literatura. Pete Doherty, en particular, cultivó desde joven un interés por la poesía que iba más allá del ejercicio estético. Era —y sigue siendo— un lector voraz, un escritor de diarios, un recopilador de fragmentos que encuentran su cauce en canciones, entrevistas, garabatos y versos dejados en servilletas. Sus letras no se conforman con narrar historias urbanas de adicción, deseo y fracaso; buscan trascenderlas a través de símbolos, alusiones y una sensibilidad que recuerda a los poetas románticos británicos.
En ese sentido, el proyecto musical y estético de The Libertines tiene mucho de William Blake. No solo por la construcción del imaginario de “Albion”, una Inglaterra idealizada que representa tanto una patria como un estado mental, sino por el impulso visionario que anima sus letras. Blake, al igual que Doherty, concibió su poesía como una forma de resistencia espiritual contra los poderes industriales y racionales de su tiempo. En los álbumes de los Libertines —especialmente en su debut Up the Bracket y el homónimo The Libertines— encontramos esa misma energía profética, envuelta ahora en guitarras distorsionadas y coros a dos voces.
Albion, Arcadia y la utopía perdida
El universo lírico de los Libertines está poblado por referencias constantes a lugares reales e imaginarios. “Albion”, como mito central de la banda, no es solo una evocación de la vieja Inglaterra: es una metáfora de la amistad, de los sueños compartidos y de la nostalgia por una inocencia perdida. “Arcadia”, por su parte, representa un territorio aún más idílico y evasivo, una utopía romántica que resuena con los paisajes pastorales de la poesía de Keats y Shelley. En sus canciones, estos nombres se repiten como mantras, marcando el rumbo de una travesía que parece siempre inalcanzable, pero que no deja de intentarse.
Este anhelo por un pasado mejor, por una época dorada que tal vez nunca existió, conecta a los Libertines con toda una tradición poética británica que ha mirado al pasado para denunciar el presente. En canciones como “The Good Old Days” o “What Became of the Likely Lads”, hay una mezcla de ironía y sinceridad que recuerda el lamento contenido en los poemas de Philip Larkin, o incluso el tono desencantado de los sonetos de Shakespeare.
Poetas de guerra, punk y ciudad
Una de las referencias más explícitas al mundo de la poesía británica se da con el título de su tercer álbum: Anthems for Doomed Youth (2015), tomado directamente de un poema de Wilfred Owen, soldado y poeta de la Primera Guerra Mundial. El poema de Owen denuncia la brutalidad de la guerra moderna, y aunque las canciones del disco no giran en torno al conflicto bélico, sí comparten una visión melancólica y crítica del presente: jóvenes derrotados no por la guerra, sino por la alienación, la adicción, la falta de futuro.
Doherty ha mencionado también su fascinación por la figura del poeta maldito, en particular Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud, cuyas vidas turbulentas y su poesía subversiva marcaron profundamente su propia manera de concebir el arte. La bohemia, el exceso, la marginalidad y la belleza de lo roto son temas que atraviesan tanto la obra poética de estos autores como la lírica de The Libertines. La ciudad, como escenario de lo sublime y lo decadente, es otro punto de encuentro: si Baudelaire hizo de París un símbolo moderno, los Libertines convirtieron Londres en una ruina romántica habitada por héroes caídos y amantes sin tiempo.
Letras como testamento literario
Es fácil pasar por alto la riqueza literaria de The Libertines si se escucha su música solo desde la perspectiva del revival rockero. Pero en canciones como “Music When the Lights Go Out”, “Can’t Stand Me Now” o “The Ha Ha Wall”, se percibe una profundidad emocional y una construcción lírica que los emparenta más con un legado de escritores que con sus contemporáneos musicales. Carl Barât, aunque menos verbalmente exuberante que Doherty, complementa con un lirismo seco y directo que recuerda más a la tradición británica de la poesía popular, de la balada callejera.
La tensión entre el caos de sus vidas personales y la belleza de sus composiciones da lugar a una de las dualidades más fascinantes del rock moderno. Sus letras, muchas veces escritas a cuatro manos, son una mezcla de confesión, diario íntimo, diálogo y poema. No es casualidad que varias de ellas hayan sido publicadas en antologías literarias o estudiadas en contextos académicos.
Un legado literario desde la trinchera del rock
En un tiempo donde las letras de canciones tienden a la repetición y a la superficie, The Libertines siguen ofreciendo una propuesta lírica densa, rica en referencias culturales, abierta a múltiples lecturas. Han demostrado que la música popular no está reñida con la tradición literaria, y que el rock puede —y debe— dialogar con los grandes nombres de la poesía.
Más que una banda de rock, The Libertines son los herederos ruidosos de una larga estirpe de poetas que, desde Blake hasta Owen, soñaron con una Inglaterra distinta. Una patria imaginaria donde las palabras aún tienen poder y los versos, por más rotos que suenen, pueden construir otro mundo.
No te pierdas su regreso a México en Pepsi Center
Este 5 de junio, The Libertines regresan a la Ciudad de México para presentarse en el Pepsi Center, y lo hacen no como una banda nostálgica, sino como una institución viviente del rock moderno. Aquellos que estuvieron en los 2000 los verán reencontrarse con su legado. Y quienes los descubren ahora, tendrán la oportunidad de experimentar una historia que sigue latiendo en tiempo real. Aun quedan boletos a través de Ticketmaster