Desde que la industria discográfica se concibe a sí misma como tal, un mercado vasto y complejo con mecanismos suficientes para controlar la oferta y la demanda, las reediciones de discos atesorables, que por una u otra razón han sido el objeto del deseo de muchos (esto varía desde tirajes limitados a menos de 200 piezas o relanzamientos para abastecer el stock en picada), ha sido uno de los nichos más rentables. Sin embargo, hoy más que nunca ese mercado se ha vuelto en una suerte de piedra angular para entender el regreso del vinyl.  

Si bien en algún momento la gente comenzó a dejar de comprar discos compactos, que fue el formato imperante durante casi tres décadas para después dar paso a las descargas legales e ilegales, y recibir posteriormente la llegada de los servicios streaming, lo cierto es que los formatos físicos siempre han estado en una constante comercialización similar a la del mercado del arte, en donde las joyas, las ediciones de discos incunables y especiales para un determinado público siguen vendiéndose a precios inimaginables.

En este sentido, habría que entender que la música y el valor no mercantil del llamado coleccionismo es una cosa un tanto distinta a la industria discográfica y su mercado, y otra diametralmente opuesta es la industria del entretenimiento. Cierto, en un momento los formatos físicos quedaron fuera de las ventas masivas y las disqueras quebraron a muchos niveles, pero todo fue una transpolación del capitalismo en función de su reproductibilidad técnica. No obstante, no hay que perder de vista que los discos no han dejado de venderse, coleccionarse y hoy el regreso de formatos antiguos son una muestra clara de que el mercado es rentable.

En líneas generales, la venta de música se ha reavivado, tal vez no a los niveles exorbitantes de antes, cuando artistas diez veces más pequeños que Madonna o Michael Jackson eran magnates de su país. Es interesante ver que este repunte ha estado impulsado principalmente por los servicios de streaming, pero que van a dar a la compra del formato físico tarde y temprano. Hoy, el consumo de música ha experimentado un crecimiento de 12.8% en Estados Unidos, un parangón más o menos similar al comportamiento global, lo que ha triplicado las cifras de 2016, cuando el aumento fue de 4.2%.

El pasado sigue siendo el rey

Ahora bien, el crecimiento de la venta de viniles se explica por lo viejo, las reediciones y los clásicos que habitan en el subconsciente colectivo. La comercialización de los discos de vinilo aumentó en total 20%, proveniente principalmente por el rock y los antiguos títulos que superaron con creces a otros estilos de música en este mismo formato. Por otra parte, la mayor venta del año pasado en vinilo fue para la banda sonora de la película Guardianes de la Galaxia, que incluye temas de Marvin Gaye y David Bowie. Y sí, la nostalgia es el rey.

Cada semana, más y más sellos discográficos suman relanzamientos de discos que pensamos vivirían encumbrados entre las colecciones más envidiables de unos cuantos, que ese incunable moriría siendo un CD el resto de su vida, y lo más importante: que ese disco de Frank Zappa original que tanto habías procurado te sacaría de pobre algún día.

Si bien los coleccionistas saben que una edición original de un buen disco sigue valiendo una pasta (ojo, el primer LP inglés de The Beatles vale, el primer CD no), el mercado de las reediciones ha sido la delicia de quienes gustan de la música y quieren tener el disco que siempre buscaron. Punto.

Pero el asunto también es un poco más complejo, ya que el público de las reediciones si bien es de nicho, también es diverso y variado. Y los hay desde quienes pagan el PIB de una isla pequeña en una reedición del Apetite for Destruction de los Guns and Roses, y hay quienes están descubriendo por primera vez los primeros registros sonoros de culturas lejanas, como la oriental, india o especialmente la africana, discos que apenas hace 15 años eran muy difíciles de conseguir, pero sobre todo era costoso.

Los públicos se han dividido irremediablemente, y mientras los amantes del alma en las cosas argumentan que las reediciones están carentes de alma y abundantes de abyección, para otros la oportunidad de tener un 180 gramos de jazz etíope o el Bocanada de Cerati por primera vez en disco es simplemente irresistible.

Ambos bandos tienen derecho de disfrutar de la música como mejor les plazca, pero si eres nuevo en esos senderos del coleccionismo sirve de mucho abrir los ojos hacia el tipo de reedición y consumo al que estás expuesto.

1. Nostalgia innecesaria

Hace algunos meses, Third Man Records, el sello comandado por Jack White anunció una reedición exclusiva y de riguroso lujo en torno al Trout Mask Replica, considerada la obra maestra de Captain Beefheart And His Magic Band, uno de los LPs más codiciados del rock weirdo de finales de los sesenta.

Al respecto, John ‘Drumbo’ French, colaborador y uno de los héroes no reconocidos del legendario disco, se ha pronunciado sobre la reedición, argumentando que Jack White y su séquito de abogados se aprovecha de los huecos legales del pasado para hincharse los bolsillos con dichas reediciones, y que las regalías muchas veces no van a los músicos. Además, asegura, el poner todo de forma tan impresionante, con stickers, colores y parafernalia, de alguna manera vuelve todo un tanto burdo.

El capitalismo no perdona niveles de sensibilidad ni de entelequía y arrasa parejo, secando los bolsillos de todos. Antes de desembolsar más de 6,000 pesos por ese boxset numerado de CAN que consideras inconseguible, o guardar por guardar ese 45 revoluciones de Nirvana que crees que valdrá una fortuna cuando ya pierdas el oído, recuerda que el mercado de las reediciones, tarde o temprano, reedita, remasteriza y pone al alcance (es un decir), esos discos que pensabas únicos.

La nostalgia vende, y buena parte de la dinámica de las reediciones hace hincapié sobre el supuesto de que “todo pasado fue mejor”. No necesariamente, y si bien resulta definitivo saber que tú mandas y nadie te quita el gusto de pagar 800 pesos por una reedición fea del primer disco de The Velvet Underground (al cabo que es tu dinero), también resulta pertinente saber que ese disco no tiene un mejor audio, no posee un plus histórico y que probablemente tenga más sentido esa versión en cd que te compraste en Comercial Mexicana hace quince años, y que te ha acompañado toda la vida, siendo el soundtrack de momentos clave.

Al final, la colección de discos y el sentido de ésta lo haces tú y nadie más.

Poseer o documentar: ¿qué hacemos con las reediciones?

2. Documentación, preservación, archivo y rescate

Existen sus excepciones, claro, y todos esos sellos increíbles como Honest Jones, Numero Group, Souljazz Records, African Analog, Dust to Digital, Light in the Attic y un kilométrico etcétera, están relanzando discos increíbles, con ensayos razonados, archivo añadido y un cuidado excepcional en la edición. Discos que están más pensados en preservar y difundir música poco conocida y que posee un valor cultural excepcional, pero que al final del día tampoco están exentos de una parte por demás abyecta.

Es decir, si partimos de que las primeras grabaciones del continente asiático, Oriente Medio, África profunda o los primeros registros sonoros de América Latina hoy las comercializan alemanes, norteamericanos, franceses o ingleses, el tema escuece un poco. Ahora bien, tampoco son ediciones precisamente baratas o por las que se pague un precio por demás regular. Casi todos estos discos rondan un poco más del promedio. Como archivo histórico, por supuesto que valen la pena, pero la verdad es que el disfrute de una colección está en escucharlos, compartirlos, disfrutarlos.

Cowboy In Sweden by Lee Hazlewood

3. Moda y oportunismo

Partiendo del punto anterior, también está el público que cree el primer artículo que lee en internet y va y se compra una torna fea, compra sus discos en Mixup y listo: ya es un coleccionista de cepa. Nada más triste y frío. La especulación y el hype han inflado las obras y evidentemente sus costos.

Esta idea de “tengo el Ok Computer de Radiohead de 4,000 pesos que sólo tienen otras mil personas en el mundo, cerrado en su celofán” es una idea que atiende a la acumulación, a la relación “soy más porque tengo lo mejor” y más a una visión de un mercenario que de un coleccionistas.

Lamentablemente, el mundo del coleccionismo es habitado por expertos y amantes de la música, sí, pero también por viejos lobos aprovechados, gente pedante o egoísta que lo último que desean es que ese plato acabe en manos de un “Millennial hipster ignorante que escucha a Love sólo porque lo leyó en Pitchfork”. Existe la posibilidad de que te la pases mejor coleccionando y cuidando tus reediciones a tu ritmo, con cosas que te gusten y que tengan un sentido en tu vida.

Poseer o documentar: ¿qué hacemos con las reediciones?

4. Quebrar el mercado coleccionista

Antes, tu edición cd del Unplugged de Soda Stéreo valía algo. Hoy, con la reedición limitada en vinyl, ese disco compacto vale 99 pesos en el botadero. Así el mercado de las reediciones. Sin embargo, es importante que sepas que ese vinyl no suena mejor, no atiende a su contexto histórico y está plagado de las ganas de llenar los bolsillos más que de hacer una pieza de colección razonada e importante. Y con esa misma suerte están relanzando casi todo el catálogo del rock en español de los sesenta a los noventa.

Hasta hace tres años, los discos de Luis Miguel, Timbiriche, Flans y buena parte del pop mexicano ninguneado por los alternativos de los ochenta y noventa, estaban en 50 pesos en el botadero y en ciertas tiendas con ojo clínico para la gentrificación. Hoy, esas mismas ediciones espantosas (espantosas por su factura y materiales ínfimos), rondan arriba de los 200 pesos e incluso más. Ese disco de Juan Gabriel que compraste en Balderas a finales de los noventa por 30 pesitos hoy está en 400 pesos. Te recomendamos no ponerle demasiado empeño en querer tratarlo como el Santo Grial de la música vernácula mexicana. Al rato vienen las trasnacionales a enchincharnos con un box set de antología.

La próxima vez que quieras una reedición, échale un ojo a Discogs, rastrea los sellos, Amazon y ráscale en los botaderos hasta encontrar la mejor opción. Al final del día, ese trayecto habrá dotado de sentido tu gusto por la música y esa reedición tendrá un valor más atesorable. Pero no nos hagas caso, igual sólo somos unos románticos que no están viendo el renacimiento del disco.