Aunque el día pronosticaba la mayor parte un nublado que podría convertirse en una eventual lluvia catastrófica, la fiesta más grande de la música iberoamericana prometía uno de los fines de semana más inolvidables de la década. El pretexto no era para menos: el Vive Latino cumplía dos décadas de reunir a prácticamente el sector masivo más representativo de la expresión musical de América Latina, España y en ocasiones países angloparlantes o de otras antípodas.

La suficiencia de su cartel prometía, además, un abanico sonoro diverso y complejo, el cual abarcó el fin de semana pasado tanto a leyendas como figuras en ascenso, así como a promesas nacientes que de una u otra forma han conectado con miles de almas ávidas de darle forma a una pasión y significado con su pasado, presente y futuro -mares indómitos de gente de todas las generaciones-.

Entre la multitud, una chava de veinte años cargaba una cartulina en la que se leía “mis papás vinieron a rockear al primer Vive Latino, ahora me toca a mí hacer lo mismo”. El humor, el rock y sus derivados corre a raudales por los escenarios, pasillos y curvas del Autódromo Hermanos Rodríguez y sus ya entrañables inmediaciones.

 

Difícil y titánica labor es capturar una fiesta tan contundente, emblemática y multitudinaria. Dos días en donde los tíos conocieron a bandas nuevas, los hijos pudieron conectar con la historia y los músicos festejaron la prolongación de una una brecha sonora que, de alguna manera, ha sido el rostro de todo un continente; reinventado, transfronterizo y siempre en movimiento, mismo que, no obstante, nunca ha estado exento de la crítica, la nostalgia y el paso inclemente de la recursividad.

Los veinte años del Vive Latino: baile de graduación
División Minúscula | Foto: Gerardo Ordoñez

 

El Vive Latino 2019 fue todo lo que se espera, más para algunos y menos para otros, en donde la grandeza de sus momentos clave también ya son cuadratura perfecta, asimilada y replicada de forma segura (El Tri, Caifanes, Café Tacuba, Santa Sabina), aunque también en donde los nuevos momentos de contundencia contemporánea prometían ser y fueron (Alemán, uno de los actos más poderosos y definitorios), e incluso de eterno y necesario baile, poderoso e infinito (Sonido Gallo Gallo Negro y sobre todo El Gran Silencio).

Los veinte años del Vive Latino: baile de graduación
El Gran silencio | Foto: Gerardo Ordoñez

 

Una jornada kilométrica e inasible de dos días, que de alguna manera fue el cierre de un ciclo, de una etapa. El baile de graduación de la madurez de una experiencia pluricultural que se ha superado a sí misma, derribando embates y tendencias; marcando un pulso cada vez más puntual de las infinitas caras que puede encarnar la música. Un festival también en donde recordamos por qué lo popular y emotivo imperarán siempre sobre cualquier impostura o llanamente supeditada al subjetivo gusto de toda la vida. Una fiesta transcontinental que nos da razón de por qué la inmediatez de lo entrañable es también el corpus supremo de la memoria sonora de nuestro corazón (Liquits, Miranda, Hello Seahorse!) y por qué la grandeza es el sino de nuestra identidad.

No obstante, siempre queda ese sacrificio que se impregna sobre las postrimerías de la edad, en donde la nostalgia no exime a la grandeza (Miguel Mateos, The Bomboras), pero también una dimensión paralela del tiempo-espacio que se antoja excesiva, al resultar a su vez en una grandeza que no erradica la imperfección del todo (Foals, largas caminatas, multitudes y saturación en todo momento, el dilema de los espacios y las consecuencias de la zona). El Vive Latino une, sin duda, y en esta edición 2019 de forma única y poderosa, pero también ha llegado a esa madurez de formato y oferta que ha capitalizado, la cual conoce bien a su público, lo ha ampliado y diversificado de forma impresionante a lo largo de sus veinte años de celebrarse casi de forma ininterrumpida, y al cual le debe su dinamismo y reinvención.

Los veinte años del Vive Latino: baile de graduación
Miguel Mateos | Foto: Gerardo Ordoñez

 

Interesante será ver cómo se perfila y reinventará el Vive Latino de forma estratégica, novedosa y fascinante de cara al futuro, uno en donde sus constantes tendrán que reformularse, sus promesas se deberían abrir y profundizar de forma mucho más razonada para diversificarse plenamente, y así potenciar y asegurar ese podio de ser la fiesta musical más importante de hispanoamérica en su especie.

En dos décadas, el Vive Latino ha cobijado a la familia entera del rock, la electrónica y sus derivados, incorporando figuras importantes de otros géneros antes impensable (Intocable, Juanes, Óscar Chávez), articulando así un potente menú para todos los gustos, espíritus e intenciones.

Los veinte años del Vive Latino: baile de graduación
Juanes | Foto: Gerardo Ordoñez

Sin embargo, el factor sorpresa puede siempre refinarse y adquirir una dimensión que abra nuevos senderos hacia el futuro, en donde el riesgo, la fascinación y la exploración sean los ingredientes de esa congregación que ha atesorado y respondido de forma invaluable a estos potentes ingredientes que lo vieron nacer, allá a finales de los noventa, en donde los años se resienten ya de forma sensible, pero que al mismo tiempo son también la punta del enigma a resolver para las décadas que hagan falta por venir. En buena hora que el Vive Latino haya llegado tan lejos…que su futuro sea siempre emocionante, aventurero y desafiante, como la música misma.