Que el festival NRMAL siga siendo hoy por hoy el festival musical mexicano más diverso, propositivo y entrañable para descubrir nueva música de todo el país ya es una verdad construida y ratificada tras ocho ediciones, en las que su equipo ha construido una credibilidad a base de esfuerzos, alianzas, sentarse dos minutos más para darle vuelta a los vericuetos de las ofertas de la cultura y el entretenimiento.

Lo que gira en torno a NRMAL es importante para la escena musical local como ningún otro festival lo está haciendo: networking, eventos extramusicales, extramuros y siempre diversos, llenos de una cálida camaradería en donde podría caber casi cualquier expresión si se sabe articularla.

Fueron varios meses de estar estirando y aflojando para lograr un cartel atractivo de dos días, que fuera rico, variado, atractivo, accesible, etc., en función de un clima de ajuste de fechas de los artistas, un entorno financiero constantemente adverso, y un sinfín de eventualidades que sortean un puñado de locazos entusiastas con sonrisas, cabeza y buen gusto. Un abrazo enorme y reconocimiento para todo el NRMAL, que siguen pasándole el balón y las respuestas a los grandes organizadores de festivales y a los festivales de al lado, a ver si ya un día ya se animan a entrarle con canas al Siglo XXI.

Dos días en los que los escépticos se doblaron, los convencidos reafirmaron, algunos curiosos por fin se animaron, y hasta los siempre parlanchines amigos del “voy a los festivales solo a beber y a platicar sin parar” bajaron decibeles para disfrutar de un festival que en esta edición decidió ir más por las guitarras, la escucha atenta y el viaje interno más que en otras ocasiones.

Sábado de bisteces y psicodelia con los cuates

Sí, como cuando haces una bisteciza y todo el patio se llena de humo y sonrisas: llegan unos pocos, luego sale la primera chela, le cae un poco más de banda, casi todos conocidos, sensiblemente menos que la vez anterior, pero de a poco nada en torno a los números y las concurrencias importa demasiado porque el momento ya arrancó.

Yoga Fire va escalando fuerte, con un rap que conectó con la pequeña concurrencia que se animó a prenderle fuego a su aún tímido organismo, con una de las voces más vibrantes del hip hop actual. “Ciudad del diablo” y “Homegrizzy Boyzz” son dos de los mejores temas dentro del género que se han escrito fácil en los últimos cinco años en México, y esa huella tendió su puente dentro de un séquito de asistentes que no eran exclusivos del niño. Al NRMAL del 2017 le costó arrancar pero ya rica la tarde se animó. Y entonces los números sólidos comenzaron a desfilar.

NRMAL 2017: la música sigue importando
Dorit. Foto: Fabián Zugaide

Tomás Urquieta puso a bailar rico al escenario rojo, el ya clásico de la carpa, mientras del otro lado sucedía el show de Trementina, agradables y ponedores aunque aún sin un corpus sólido como para ubicarlos sobre otras cosas similares más adelante. Pero cuando empezó Dorit Chrysler, las cosas tomaron buen matiz, Dorit canta con embrujo, maneja un rango de piezas bastante amplio como para no dejar caer su set que si bien variopinto en cuanto al manejo de su arma, el Theremin, sabe sacar a flote un performance digno de aprecio y gusto. Increíble.

Eran las 18:15 horas y el primer gran titán había llegado a decir “así se va a poner el cotorreo, chavos”. Circuit Des Yeux comenzó oliendo a Scott Walker, luego le pegó al tipo Velvet Underground más cochino, para decantar en un mazacote sonoro poderosísimo, clavado, ruidoso y elegante a la vez. Voz, orquestación, tripeo, belleza, embrujo… Haley Fohr es brutal. Hermoso número y una de las mejores presentaciones en toda la historia del NRMAL, que a partir de ese momento marcaría la impronta de casi todo el festival: psicodelia, colores, kraut, escurridera, reminiscencias lisérgicas a tope, y una curación más tirada al rock y la guitarra setentera que nunca. Bien ahí.

NRMAL 2017: la música sigue importando
Clubz. Foto: Gerardo Ordoñez

Más bisteces y Clubz para los que andan ganosos de brincotear y arrimar el sentimiento a paso acompasado. Para todos hay. Del otro lado, Aye Aye, de Chile, meneó rico al personal, pero en algún punto acabó con una electrónica no mala, pero sí algo convencional. Se nos cayó aunque es un productor con bastante idea. Por su parte, Jesse Baez encandiló a la chamaquiza romantic style, dando una de sus mejores presentaciones a la fecha. Hace un año lo vimos en Ceremonia y sabíamos que prometería mucho si le chambeaba en consonancia a las expectativas que levantó. Esta ocasión fue el fortalecimiento de eso.

Mientras la noche caía, el humo de los bisteces seguía a todo galope para ir en tour de force de más rock y psicodelia, primero con unos ya conocidos, lindos, roqueros y en ocasiones monótonos Holy Waves, que supieron sacar a flote su set, sin dejar de oir comentarios de más de uno de “suenan mucho a Tame Impala, ¿no?”. Una banda efectiva, a la que un leve giro de variedad hubiera amarrado una de las coronas del sábado. No obstante, digamos que fue el gran entremés de un platillo más elaborado, con especias a la Neu! Y demás ricuras kraut. Moon Duo nos recordó lo más sabroso de todo esto: las guitarras, el feedback, los ritmos pegadotes, los mantras roqueros, las chamarras sin lavar y los párpados a media cortina, para siempre sonreír mientras todos mueven la cabeza atentos.

¿Alguien había dicho candela del lado de la carpa? Oly estaba dando cátedra sonora a los que no les habían pasado el memo de que el nuevo siglo lleva rato destrozando pistas de baile. Dulce Masse es hoy por hoy una de las chicas con más inventiva en cuanto a producción electrónica enfocada a la noche se refiere. Así, sin más. De lo mejor del sábado sin lugar a objeción.

Venía el plato fuerte de los tristes, roqueros y recién bajados de la resbaladilla psicodélica. The Brian Jonestown Massacre venían a partirla rico durante dos horas. Sus guitarras iban viajando deliciosos para los que gustan de la amplia reminisencia roquera, ya sea desde la deconstrucción maciza más Stoniana, a la lisergia de ensueño del Spaceman 3 más narcotizado. Guitarras que se daban su lugar, que seguían levantando el “ssss” del personal, quienes ya cansados de la jornada comenzaban a intercambiar sus impresiones. Sí, sí, muy rico todo, pero unos parlanchines por acá, otros por allá, unos comenzaron a confundir todo con springbreak. ¿Por qué eran más notorios que antes? Muchos no entendían la dinámica de que los “Brian” son para irle metiendo camas sonoras en lo bajito, pero llegó un punto en el que sí nos preguntamos, ¿tan bajito? Muy bueno el plato fuerte, pero quizás ya habíamos llegado satisfechos y cansados, o tal vez Brian Jonestown tronó menos contundente. Algo amarró de forma rara.

NRMAL 2017: la música sigue importando
The Brian Jonestown Masacre. Foto: Gerardo Ordoñez

Pero amarró. Tanto como para irnos a parar a ver el apoteotico cierre de Santos, quien ha subido las cosas de nivel, superado el ruidosón y ampliado su panorama. Tribal, exotismo, grasita de dudosa procedencia y un humor incomparable como para decir que ésta ha sido una de sus mejores presentaciones en los últimos años. Capos. Gran cierre.

Domingo: honrar el escenario

Unos no llegaron por aftereados, otros decidieron guardar energías para la dinámica dominguera, que sería más de escuchar. Había que llevársela con tiento y estrategia. Oceanss e I.D.A.L.G. iban calentando a la pequeña concurrencia con unas atmósferas de ensueño en el primer caso, y guitarras chavalonas en el segundo.

Primer gran macanazo del domingo: Ava Rocha, otra de los grandes de todo el NRMAL. Una mujer que sabe de qué se trata su propuesta, su número, que entiende la tarima como un lugar para contar una historia, que abreva a través de sus excelentes músicos, de la tradición brasileña más potente; en su set había canción tropical, rock a la Lindsay, y hasta algunos recuerdos de la Cecilia Toussaint más greñuda y mezclillera aparecieron entre nuestros elogios. Brutal, hermosa y potente. Para la posteridad.

NRMAL estaba dando a entender que siguen siendo un festival al que le sigue importando lo que de verdad debe importar: la música. Sí, había brandeo, ideas grandes e ideas chistinas, gente entrañable y cretinos de marca, aciertos y errores. De eso va todo el asunto, de articular la panoplia de humanos increíbles y que dialoguen con un punto en común, que es las ganas de seguir descubriendo música, un espíritu curioso y mentes que empujen los modelos de confort fuera de la casa. Parece que cada año cuesta un huevo y otro más lograrlo, pero una cosa es segura: se honra el escenario con números importantes, se sigue ofertando momentos musicales inmejorables de tanto en tanto. Esa seguirá siendo la espada en la piedra de los de al lado, sin duda.

NRMAL 2017: la música sigue importando
Camila Moreno. Foto: Gerardo Ordoñez

Luego entonces, Camila Moreno se dejó probar, con un número ya bien armado, con cosas que decir y canciones fortificadas, pop sí, buenas letras check, y música que le experimenta sin arriesgar demasiado en fronteras que ya no están en sus linderos, para demostrar que su nombre tiene algo importante que decir en el mundo de los cantautores latinoamericanos contemporáneos de, fácil, los próximos diez años. Grande.

De vuelta a la psicodelia y el baile roquero mántrico pegadito con la joye de Guadalajara, Lorelle Meets The Obsolete, quienes ya suenan más grandecitos, trabajados, pero aún sin moverse de tajo de su estilo roquero psicodélico, feedbacksoso con retoques lindos que los caracteriza. Una banda solvente, con un estilo definido del que aún esperamos más porque huelen a eso, a una enorme promesa que sigue caminando. Música viva, por parte de uno de los grupos mexicanos que más profesionalmente se toma el escenario.

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Mueran Humanos. Foto: Gerardo Ordoñez

Pero que de eso se trataba, de honrar el escenario. Mueran Humanos, por ejemplo, lo honró como si fuera un sacrificio humano, con azotón y pus maligna, en una presentación robusta, cabrona y gandalla, misa negra para roqueros electrizados. Brutal. Honrar el escenario, y para tal efecto, un grande, por fin, alguien del que sabíamos sería garantía pero no así: Psychic TV dejó a todos con ganas de más, sin ningún suspiro nostalgicoso ni quejosos poses por el pasado. Genesis P-Orridge es uno de los grandes personajes de los últimos 50 años, así sin chistar. NRMAL lo vio, el culto se regocijó, pero lo más importante es que mucha gente, volada de sus cabezas, tuvo la oportunidad de verlo en vivo, de entrarle sin prejuicio a algo de ese calibre por primera vez en su vida.

¿Tobillitos inflamados?, ¿Mucho rato parado, bailando, bebiendo y riendo con los cuates? NRMAL concedió el momento, la fortuna y calma que brindaron los señores prodigios de Chicago: Tortoise. Por fin, después de aquella íntima y minúscula presentación de años anteriores, tras un lapso que olía a eterna separación, las marimbas, baterías y bajo increíble de unos tipos que siempre han preferido ir invisibles brillando la música por delante.

NRMAL 2017: la música sigue importando
Psychic TV. Foto: Gerardo Ordoñez

La música que aún confeccionan Dan Bitney, John McEntire, Jeff Parker, Doug McCombs y John Herndon es el híbrido más afortunado de unos músicos virtuosos, que giran en el filo en el que todo se puede poner técnicamente abigarrado y aburrido, pero que logran dar vida a un sonido que si bien ya no suena (por fortuna) a este siglo, logra colarse a las entrañas de la mente y el estómago a partes iguales. Sin tregua, hermosura y precisión, timbres, sonido impecable. El cierre perfecto de un festival no menos preciso.

En este sentido, el NRMAL puede ser punta de lanza, ejemplo y escuela para ver más de esto en otras vertientes. Pero no todos tienen los mismos objetivos. Algunos quieren hacer historia y no hacer concesiones, otros quieren amasar una fortuna porque esto es ante todo “una industria y uno viene a vivir de ello por tiempo indefinido”. A primera de vistas, el cartel del NRMAL lucía bueno, con bemoles pero bueno…el resultado fue tres o cuatro rayitas arriba, como ya es la buena costumbre de atascarse, reinventarse y mejorarse con un competidor claro que es su trabajo mismo. Que el NRMAL siga viviendo y que la música siga importando.