En cuanto a la música de las ciudades se refiere, la más cálida y refrescante, lá más aguerrida y también la más desesperada por libre y arriesgada suele habitar en los lugares más pequeños y autogestivos del orbe; en los garitos, los locales, los hoyos funkys. Por fortuna ejemplos existen y siguen existido, aunque tampoco se han de contar por miles: el CBGB o el Tonic en ese Nueva York que parece se está esfumando, el Café Oto en Londres, el Jazzorca o el Alicia acá en la CDMX. ¿Y en Colombia? Matik Matik, uno de los lugares más entrañables de toda América Latina, que por estos días está cumpliendo su primera década de vida.

En septiembre de 2007, Diana Gómez y su pareja, el francés Julien Calais, decidieron emprender en Bogotá una de esas utopías maravillosas: una galería de arte que también fuera sala de conciertos libre, pero que también restaurante y pus no que también tienda de discos y hasta centro de documentación. Así nació el Matik Matik, en Chapinero, la localidad número dos de Bogotá, justo en el barrio Quinta Camacho, para ser más específicos.

Tras meses de su inauguración, en marzo de 2008, en septiembre del mismo año Diana y Julien hacen maletas y le pasan la estafeta al carnal más morro de éste, Benjamín, quien tras algunos meses de free jazz, improvisación, música experimental y hasta folk, poco a poco fue adquiriendo un matiz más abierto y poderoso con la llegada del rock, la onda bailable, incluyendo el folclor colombiano.

De Bogotá a la eternidad y de vuelta: 10 años del Matik Matik

Benjamín Calais, actual administrador del Matik Matik, cuenta a Freim cómo es una noche en el lugar: “Puede variar, pero semana en ‘el Matik’ es bien distinta; comienza desde el miércoles con conciertos más experimentales, más de vanguardia, el jueves también, el viernes es más rumbero y el viernes también aunque un poco más calmado por la juerga de la noche anterior. El punto es que hay muchas facetas. No nos prostituimos para hacer plata pero de hacer conciertos de noise no viviríamos, sobre todo en un lugar en el que decidimos no recibir apoyos grandes del Estado como en otros lados”.

En el Matik Matik, un lugar pequeño con aforo para poco más de cien personas, se han presentado de los Meridian Brothers, Mula, Compadres Recerdos o Los Pirañas, a Misha Marks, Mark Feldman, Peter Brötzmann o Lydia Lunch.   

Para Claudia Jiménez, ex editora de Noisey Colombia y actual jefa de contenidos digitales en Ibero 90.9 FM, el Matik Matik es una suerte de ‘causa perdida’… “la más curiosa que yo he topado. Es atómico. Un lugar que es más pequeño que un departamento y que contiene la ambrosía musical colombiana. Es un lugar muy sui generis, difícilmente replicable; un espacio que a propósito o no se convirtió en una especie de ludoteca para una comunidad muy identificable de misfits. Es una cantina de barrio, un Central Perk, una casita en el árbol y un lugar de conciertos. Lo mismo toca Lydia Lunch que Los Gaiteros de San Jacinto, y si no es el lugar donde debutan Los Pirañas. Es amorfo e incómodo, le sudan las paredes y se llena muy fácil. Pero es uno de los lugares más divertidos que me ha tocado pisar”.

Por su parte, Mange, saxofonista, clarinetista y percusionista, también integrante de los Meridian Brothers, comenta que previo al Matik Matik, los lugares para tocar se encontraban un tanto más desperdigados y atomizados, aunque de alguna manera fueron un antecedente de lo que vendría con fuerza en el Matik:

“El primer espacio que yo recuerdo es de cuando yo estaba estudiando la universidad; tocábamos en un lugar que se llamaba Tocata y Fuga, que era la casa de Beatriz Castaño, la mamá de dos amigos músicos míos. En el primer piso tocaban grupos, hacían jams. Paralelamente a eso implementaron unos edificios en el centro de Bogotá, las Torres del Parque; ahí había también un lugar que se abría más hacia el jazz, la composición contemporánea y el arte sonoro. Y vamos, sí han habido y siguen habiendo otros lugares (…), pero a mí lo que me parece bien bonito del Matik es ver bandas que hacen sus primeros conciertos ahí y siguen siendo de la casa, se hacen amigos, además que van llegando cada vez nuevas generaciones. Me parece muy chévere que lo que comenzó hace diez años ha alentado a otros a seguir creando. También es un punto de encuentro; yo sé que el día que vaya voy a encontrarme a alguien, conversar con gente con la que tengo afinidad no sólo con músicos sino con gente que te abre las perspectivas”.       

De Bogotá para el mundo

Ese punto de encuentro cálido del que habla Mange se ha convertido casi casi sin querer, como buena parte de los lugares emblemáticos del mundo, en uno de los locales referentes de la diversidad musical de Latinoamérica, tendiendo puentes y fortaleciendo un diálogo que hace 20 años lucía prácticamente inexistente, en un panorama que parecía que todo era Rock en tu Idioma.

Actualmente, festivales de México como el NRMAL han comenzado a apostar de forma seria por propuestas emergentes latinoamericanas, rompiendo un poco con el centralismo y la hegemonía cultural proveniente de Estados Unidos. En este punto, para el locutor y programador del local de jazz Parker & Lenox, Oscar Adad, la trascendencia del Matik Matik va más allá de congregar a buenas bandas en un solo lugar:

“Una de las principales diferencias del Matik respecto a otros lugares es que alberga música más abierta; un día hubo música electrónica y al otro un trío de cuerdas. Además me gustó mucho la dinámica del lugar porque la gente sí va a oir la música, es la protagonista. (…) Y en ese sentido el Matik va muchos pasos hacia adelante; hay un lugar para cierta comunidad y eso detona diversos proyectos. Y el tener un lugar específico y visible para la música ayuda a que ésta se desarrolle de mejor manera.

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“Creo que lo que une mucho a la escena bogotana es su interés por la música tradicional y las cosas nuevas, y eso ayuda a que fluyan de forma afortunada lugares como el Matik y sus artistas. Y este esfuerzo, si bien no es poca cosa, son diez años que apenas comenzarán a dar sus frutos de forma robusta, su importancia comenzará a verse, porque ese diálogo que se está dando en el Matik Matik se ha explorado poco en América Latina; no es world music, es una búsqueda mucho más profunda”.

Con un primer lustro a cuestas, y la alegría que implica atesorar un oasis musical inconmensurable como el Matik Matik, Bogotá puede estar segura que su música pervive y resuena más allá de sus fronteras, Colombia puede sentirse orgullosa de que su cultura se para solita sin necesidad de banderas ni discursos oficiales. Y Latinoamérica sabe que la mayor fortaleza es reconocerse a sí misma. Enhorabuena.

De Bogotá a la eternidad y de vuelta: 10 años del Matik Matik